Teresa Nevado Bueno

Secretaria Confederal de la Mujer de CC.OO., 1981-1987. Mandato del 2º y 3º Congresos Confederales de CC.OO.

Cuando fui nombrada Secretaria Confederal de la Mujer (SCM) de CC.OO., en el año 1981, en el 2º Congreso Confederal, la estructura general del sindicato era muy débil, consecuencia lógica de su reciente constitución como organización, en el nuevo marco democrático de nuestro país, muy pocos años antes.

Esta debilidad organizativa, era aún más acusada en lo relativo al trabajo por la igualdad de las mujeres. No había apenas dinero, yo no estaba liberada y continuaba en mi trabajo profesional, y sólo disponíamos de una persona de apoyo trabajando en la Secretaría. Ambas compartíamos despacho.

Pero estos problemas evidentes en cuanto a infraestructuras y medios eran, si cabe, menores que los propiamente políticos. Aunque para el sindicato, la existencia de la Secretaría de la Mujer (SM) significaba una apuesta por el trabajo de la igualdad, la realidad cotidiana de las incipientes estructuras sindicales de aquella época, les hacían tender a considerar a esta Secretaría como un adorno, una «maría» que diríamos en lenguaje coloquial de nuestra época de estudiantes, algo a presentar como referente de una apuesta política, pero del que se esperaba que molestara lo menos posible y que cuestionara poco las políticas generales. En resumidas cuentas, para el sindicato, lo importante era la acción sindical clásica y las demás cosas, ya no decir el tema de mujeres, eran aditamentos ornamentales por los que no pasaban los ejes fundamentales de la actuación sindical.

En estas condiciones, la Secretaría poseía tan sólo un caudal de gran valor y enorme voluntad: las mujeres concienciadas en el trabajo feminista, pocas pero muy decididas, que normalmente pertenecían a líneas políticas más de extrema izquierda y por tanto, eran vistas con recelo y que a duras penas lograban ser SM de las Uniones Regionales más importantes (Madrid, Cataluña, Valencia, Andalucía, Asturias, etc.) y de algunas Federaciones de rama no tan importantes (Textil, Calzado, etc.). Estas mujeres, con nombramiento orgánico o sin él, formaban la Comisión de la Mujer, que se reunía con una razonable regularidad, cada tres o cuatro meses, en la sede confederal, como grupo de apoyo, elaboración y discusión, dependiendo de la SM.

Por supuesto, estas notas no quieren ser un relato exhaustivo (imposible para mi memoria) sino más bien el recuerdo de aquellos tiempos, por lo que ruego disculpas, en caso de haber olvidado alguna estructura que hubiera tenido de manera razonablemente continuada SM.

Yo venía de un sector y una empresa muy importante: el metal y la mayor empresa de telecomunicaciones del país, Standard Eléctrica. Era y seguí siendo, miembro del Comité Intercentros de dicha empresa y, por añadidura, pertenecía al sector político mayoritario en el sindicato. Con esta carta de presentación, tenía, a priori, las mejores condiciones para disminuir o anular las reticencias sobre esta línea de trabajo. Además era muy joven.

Como casi todas las mujeres de mi generación, con inquietudes, que veníamos de la Universidad, había adquirido mi experiencia sindical y política en las luchas de los últimos años de la dictadura y los primeros de la transición. Aunque éramos feministas por actitud ante la vida, apenas habíamos teorizado sobre ello. Y, por tanto, mentiría si dijera que acepté el cargo de SCM con una idea clara de qué había que hacer, de los problemas específicos que tenían las trabajadoras, ni de las dificultades con las que me podía encontrar. Simplemente acepté el cargo porque me lo propusieron de manera repetida y reiterada. Pero cuando lo acepté, acepté el compromiso con la tarea de la que me responsabilizaba.

Y eso cambió mi manera de pensar y mi concepto de las cosas.

Los tres primeros años de mi primer mandato, fueron la constatación de que ni con las mejores credenciales, que evidentemente, yo poseía, iba a disminuir la dificultad de intentar introducir el problema de la igualdad en la acción normalizada del sindicato. Por si fuera poco, entramos en una época de fuerte crisis económica, en la que los expedientes de regulación de empresas eran moneda corriente y las cifras de paro aumentaban progresivamente de año en año. En esas condiciones, había el riesgo cierto de que los sindicalistas y comités de empresas pudieran ser tolerantes con la idea de que, en los expedientes de regulación, las mujeres fueran las primeras en salir, principalmente si estaban casadas, para preservar el puesto de trabajo del varón cabeza de familia. Además, la crisis económica se llevó por delante las ramas industriales más feminizadas y, por tanto, más sensibles a la problemática de las mujeres, como por ejemplo, el Textil, lo que no ayudaba mucho a tener refuerzos orgánicos en la estructura sindical.

Como he citado antes, no era fácil actuar en ese contexto. Ni habíamos recibido una estructura asentada, ni había aún una cultura establecida sobre la importancia del tema de género en la actividad sindical, ni teníamos personal y dinero. La SCM invertíamos mucho tiempo y esfuerzo en lograr asentar SM en los territorios y federaciones, buscando lograr que las respectivas ejecutivas nombraran mujeres para esos puestos o defendiéndolas después, cuando no les gustaba su actuación, cosa que sucedía con frecuencia, fundamentalmente si poseían criterios decididamente feministas.

Es por todo ese problema detectado en mi primer mandato que, tras el 3o Congreso Confederal de CC.OO. en junio del año 1984, reelegida de nuevo, comenzamos a pensar en hacer una revista que sirviera para visibilizar nuestra presencia en el sindicato, que nos ayudara a sentar doctrina en las estructuras y ejecutivas y que fuera un punto de referencia, reflexión y consideraciones para nosotras mismas.

Nunca antes se había pensado en una revista. En el primer mandato, salido del primer Congreso de CC.OO., se editaron dos folletos en momentos puntuales, sin vocación de continuidad ni con la idea de convertirse en revista. Probablemente no hubo tiempo ni continuidad en la tarea para que la idea madurara. Hizo falta todo un mandato posterior y la constatación de las dificultades del trabajo, para que la SCM y la propia Comisión llegáramos a la conclusión de que necesitábamos un órgano de comunicación estable, en formato revista, de este tipo. Discutimos el nombre. Creo recordar que la discusión se estableció entre “Trabajadora” y “Trabajadoras”. Me incliné, y la mayoría de la Comisión conmigo, no sin mucho debate, por el de Trabajadora, por dos razones. Por un lado, por razones de comunicación: los nombres en singular son más directos y contundentes. Por otro lado, porque utilizar ese nombre permitía dar una idea de continuidad con los folletos editados años antes, no tanto para dar continuidad a una revista que no había existido previamente, sino para dar continuidad a la tarea de la Secretaría, al esfuerzo por lograr la igualdad, a la herencia transmitida y recibida, a no dar la sensación de corte alguno en el trabajo desarrollado hasta entonces.

El editorial de presentación, en el otoño de 1984, lo dice todo. La revista pretendía ser un medio de comunicación entre las diferentes SM, muchas veces aisladas en sus respectivas ejecutivas así como un intercambio de experiencias entre ellas.

Con enormes dificultades y un trabajo voluntario casi total (sólo se pagaba la edición en la imprenta) fuimos sacando los distintos números con bastante regularidad, aproximadamente una vez al trimestre, que era la idea que nos habíamos propuesto. En la revista, nos definimos como feministas y eso no era aún moneda corriente en el sindicato, donde con frecuencia se nos acusaba de actuar poco como sindicalistas, lo que en realidad quería decir actuar poco como sindicalistas varones. Defendimos el derecho al aborto desde el principio, convocando en solitario o con el resto de organizaciones de mujeres, manifestaciones para pedir la regulación del mismo. Intentamos que en la historia de las luchas sindicales se contemplara también a la mujer y que no fuera sólo una historia de hombres. Todo ello queda reflejado en Trabajadora.

Tocamos los temas sindicales candentes y hubo varios fundamentales en aquella época, que quedaron reflejados en la revista, con la posición de la SM, no siempre bien recibida por la estructura sindical. Eso ocurrió cuando defendimos el derecho de las mujeres a entrar a trabajar en las minas, defensa que nos llevó a numerosos enfrentamientos con nuestros compañeros del sector de la minería. También logramos, por primera vez, una regulación del Servicio Doméstico, muy insuficiente y pobre, pero que significaba un salto cualitativo para un sector completamente sumergido, desprotegido y tradicionalmente ajeno a los sindicatos.

Y por primera vez, y estamos hablando de hace más de veinte años, defendimos y así queda plasmado en la revista, la necesidad de establecer cuotas de mujeres en las estructuras sindicales, tradicionalmente tan masculinizadas.

En el año 1987, en el 4º Congreso Confederal, dejé la SCM, por voluntad propia. No me pude despedir con tranquilidad, porque en ese Congreso se pretendía eliminar la SM del órgano máximo de dirección del sindicato. Yo misma y todas las mujeres de la Comisión hicimos una batalla encarnizada para impedirlo. Y aunque saldada con elementos agridulces, al final logramos su mantenimiento. Visto ahora, con perspectiva, era la apuesta acertada. Y tratar de quitarla era tan sólo un error de miopía sindical y visión a corto plazo.

Supongo que la existencia de la revista nos había cohesionado, nos había ayudado a ser un verdadero “lobby”, nos convirtió no sólo en feministas por actitud vital, sino en feministas reflexivas, con el conocimiento de adónde queríamos ir y de cómo enfrentarnos a los problemas que encontrábamos. Por supuesto Trabajadora era parte de nuestra experiencia sindical, experiencia que reflejaba y ayudaba a homogeneizar.

Cuando finalizaron los seis años en que estuve de SCM era más sabia, más comprensiva y sabía mejor lo que yo era y lo que quería para mí y para las demás mujeres. Sólo por eso, tengo una deuda de gratitud con ese período. Y con las mujeres sindicalistas de la Comisión de la Mujer, que me soportaron y apoyaron, pese a que, como ellas y yo sabemos, no siempre, ni en muchas ocasiones, compartíamos opiniones ni posiciones sindicales.

Aquel trabajo pionero ha permitido que ahora todo sea más fácil. El trabajo por la igualdad está bien integrado en el sindicato y, lógicamente, las tareas a abordar son otras diferentes. Pero, sin aquel tiempo, no existiría éste. Sin aquellas mujeres, la mayoría desaparecidas ahora de la estructura sindical, no habría ahora una Secretaría con peso y medios. Sin aquella revista Trabajadora, que diseñamos en el verano del año 1984 y que todavía hoy pervive, el sindicato no hubiera crecido. Veintidós años de existencia regular es mucho tiempo y marca una continuidad en el trabajo. Me alegra que así sea.

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