
Secretaria Confederal de la Mujer de CC.OO. de 2000 a 2004. Mandato del 8º Congreso Confederal de CC.OO.
Cuando fui elegida responsable de la Secretaría Confederal de la Mujer (SCM), llevaba militando en CC.OO. algo más de 27 años. Tenía 18 años recién cumplidos cuando entré a trabajar en una empresa de la industria de las telecomunicaciones, ubicada en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz. En esta empresa, que se había instalado allí dos años antes, existía una pequeña estructura sindical de CC.OO. y una “célula” del Partido Comunista de España. A ambas estructuras me incorporé en el otoño de 1973, ya que, previamente, llevaba varios años militando en las Juventudes Comunistas del PCE y participando en asociaciones sociales y juveniles del barrio de la Concepción, donde vivía. Desde 1973 hasta 1981 compaginé la militancia sindical y política, y la desarrollé con escasa, por no decir nula, relación con el movimiento feminista de la época.
Empecé a colaborar con las Secretarías de la Mujer (SM) de CC.OO. en los primeros años de la década de los ochenta, después de haber abandonado, de una forma definitiva, la militancia política (aunque mantuve la afiliación al PCE hasta 1996 y la afiliación a Izquierda Unida hasta la actualidad). De la mano de las SM de CC.OO. en la organización de Madrid y sobre todo en mi relación y colaboración con la SCM, llegó mi conexión e implicación con el movimiento feminista.
Si bien nunca formé parte en todos esos años de asociaciones de mujeres feministas, la implicación cada vez mayor en las tareas de las SM de CC.OO., que siempre han formado parte del movimiento feminista en España, me permitió adquirir unos conocimientos muy valiosos para aplicar a las tareas sindicales un enfoque y unas perspectivas diferentes a las que había tenido en la primera década de militancia sindical y política. De las feministas que actuaron o actúan en CC.OO., he aprendido casi todo lo que sé de las políticas feministas. Unos conocimientos insuficientes en relación a la relevancia y amplitud de las teorías y prácticas feministas, pero suficientes para ayudar a impulsar las ideas feministas en el seno de una organización sindical, altamente masculinizada en su composición y marcada, como casi toda organización mixta, por una importante carga de sexismo y androcentrismo en su cultura organizacional y en sus prioridades reivindicativas.
Sin ánimo de inventar conceptos o definiciones sobre la militancia feminista, desde hace algunos años, me defino como “sindicalista feminista”, para reflejar mi personal percepción del activismo que practico en CC.OO.
Cuando llegué a la SCM, tras ocho años al frente de la SM en la Federación Estatal Minerometalúrgica, el panorama social y laboral de las mujeres seguía presentando fuertes elementos de discriminación de género, a pesar de los muchos avances producido en la conquista de los derechos legales de las mujeres y de los muy significativos cambios producidos en materia de educación, salud reproductiva, estructura de la familia, incorporación al mercado laboral, a las organizaciones sociales, sindicales, políticas y a las instituciones públicas, por citar algunas de las más significativas. El Estado y la Constitución democrática, que deben mucho al esfuerzo y a la lucha de las mujeres durante la dictadura franquista y en las posteriores décadas de asentamiento democrático, les devolvió, en forma de derechos y oportunidades, una parte de su deuda pero, las discriminaciones persistentes demuestran que aún se está lejos de la equidad de género que toda sociedad democrática debe defender y garantizar.
La segregación laboral y las consiguientes diferencias de trato que se producen en la contratación, la promoción y la retribución que acompaña a la segregación, junto con las crecientes dificultades de compaginar las actividades personales y familiares con los requerimientos de la actividad profesional, son causa y efecto de las principales discriminaciones que afectan a las mujeres en el ámbito laboral. La falta de equilibrio en la presencia de hombres y mujeres en los estratos elevados de los poderes públicos; en las diversas estructuras de sindicatos y partidos políticos; en las organizaciones empresariales mixtas y en las cúpulas ejecutivas de las empresas, son la muestra de que los avances producidos no han sido suficientes ni homogéneos. La violencia de género que tiene su más evidente plasmación en los asesinatos y agresiones físicas y sexuales a niñas y mujeres, realizadas en gran medida por personas de su entorno más cercano o el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual, son tal vez la más grave manifestación de la pervivencia de la discriminación social hacia las mujeres, sin olvidar otras que no por menos dramáticas tienen consecuencias menos relevantes: son las que produce la aparente incapacidad de los hombres de asumir sus responsabilidades en las amplias y duras tareas de cuidados de personas dependientes por edad (menores y personas de edad avanzada) o enfermedad, y de las instituciones públicas en asumir las suyas en este terreno y en el de compensar a quienes las realizan, mujeres en su inmensa mayoría, a costa de su salud, su vida profesional, su recursos económicos y su independencia personal, compensaciones que no tienen que situarse en el terreno del mal llamado “salario de ama de casa” sino de la prestación de servicios de apoyo y sustitución y de la mejora en el acceso a prestaciones sociales, con medidas de acción positiva que compensen las pérdidas de oportunidades, retribuciones y cotizaciones, que muchas mujeres acumulan por atender, en solitario, obligaciones que son de todos: hombres, mujeres e instituciones.
En otro orden de cosas, al incorporarme a la Ejecutiva Confederal de CC.OO. y a la SM, asumí una responsabilidad que, por diversas causas, la mayoría ajenas al objeto de esta investigación, terminó siendo una pesada carga para mí que me llevó a renunciar, en el 8o Congreso Confederal, a la posibilidad de continuar ejerciéndola. Desde luego no fue por falta de receptividad ni apoyos en la organización a las políticas de género en CC.OO. Mis antecesoras en el cargo, Begoña y Teresa, abriendo el camino en las primeras épocas; Ma Jesús, que ejerció su labor a lo largo de 12 años, con bastantes encontronazos pero con muy valiosos resultados en la extensión de las redes de sindicalistas comprometidas con las políticas de igualdad en las organizaciones territoriales y federales de CC.OO., y también la labor constante de tantas y tantas mujeres sindicalistas que, con el transcurso de los años y la colaboración e implicación de cada vez más hombres sindicalistas, habíamos conseguido que la organización adoptara en sus Congresos Confederales, medidas estatutarias y programas de acción que suponían compromisos y actuaciones impensables en décadas anteriores a mi llegada a la dirección confederal. Todo ello había abonado el terreno en el que yo trabajé durante cuatro fructíferos aunque interminables años.
Porque aún quedaban y quedan muchas cosas por hacer para conseguir unos niveles óptimos de igualdad y equidad de género en nuestra organización y en nuestra sociedad, a partir del 7º Congreso Confederal nos pusimos manos a la obra para poner en marcha y hacer avanzar los principales compromisos y objetivos que nos marcaban los acuerdos congresuales. Partíamos de la aprobación del primer Plan de Igualdad de CC.OO., adoptado por los máximos órganos de dirección confederal, Ejecutiva, Consejo y Congreso, y que tuvo su correlato en la adopción y adaptación del Plan de Igualdad por la práctica totalidad de las organizaciones confederadas de CC.OO., Federaciones estatales y Confederaciones de nacionalidad o Uniones Sindicales Regionales e Insulares.
Conseguir la presencia de mujeres en los órganos de dirección y representación de forma equivalente a su nivel de afiliación en cada organización y estructura de CC.OO., nos llevó, primero a hacer un exhaustivo seguimiento de los resultados de los procesos congresuales realizados en el año 2000 y años más tarde, a adaptar las normas congresuales para el 8º Congreso Confederal a los cambios estatutarios aprobados en el 7º Congreso. Los avances en la participación en los congresos y en los órganos de dirección elegidos han sido notorios aunque aún insuficientes en bastantes organizaciones y estructuras.
Desarrollar la perspectiva de género en los análisis, en las propuestas, en las actuaciones de CC.OO. en todos los frentes, incorporando a la agenda sindical, como objetivo preferente, el impulso de la igualdad de trato y oportunidades entre hombres y mujeres en el ámbito laboral y social, ha sido otro de los aspectos centrales de nuestro trabajo que ha visto su plasmación y algunos frutos relevantes en las mesas de diálogo social, en la negociación colectiva y en la toma de posición de CC.OO. sobre el gravísimo problema de la violencia contra las mujeres en el ámbito familiar.
La integración de la perspectiva de género, aspecto central para hacer de CC.OO. una organización donde las mujeres se reconozcan en su especificidad, surge como una prioridad sindical en la 1a Conferencia de Hombres y Mujeres, obtiene sus primeros frutos significativos en el periodo de 1996 a 2000, y avanza y consolida entre 2000 y 2004. Cada periodo congresual aporta avances, no exentos de dificultades internas y externas que hay que sortear, apoyándose en las obligaciones congresuales contraídas y en la colaboración y cooperación entre Secretarías y entre organizaciones y estructuras sindicales de diferentes ámbitos.
Durante el período del 7o al 8o Congreso se amplió la colaboración con tras Secretarías Confederales para avanzar en la inclusión de la perspectiva de género en la actividad sindical de CC.OO., especialmente en torno a la negociación colectiva, el empleo, la salud laboral y la formación sindical.
Esto tuvo también una importante repercusión externa, de la que son un claro exponente los Acuerdos Interconfederales para la Negociación Colectiva y su influencia en los contenidos de los convenios y acuerdos colectivos dirigidos a fomentar la igualdad de trato y oportunidades.
La visibilización de las mujeres y el reconocimiento de su aportación en la lucha por las libertades democráticas, en la mejora de las condiciones de vida y trabajo y en la creación y consolidación de Comisiones Obreras, es otro frente de trabajo intensamente abordado durante el periodo que llevé la SCM, siguiendo los pasos de algunas actuaciones realizadas en periodos anteriores pero contando con mayores medios y con más complicidades, aunque teniendo que azuzar, en bastantes ocasiones, la “mala conciencia” de una organización que sigue escribiendo sobre su historia, la mayoría de las veces, con sesgo de género, y homenajea con frecuencia a sus hombres “relevantes” y en escasas ocasiones a sus mujeres “relevantes”.
El ejemplo más decepcionante, los actos conmemorativos del 25 aniversario de CC.OO. que, salvo honrosas excepciones, fueron una importante celebración que muchas mujeres sindicalistas y yo no pudimos celebrar como nos hubiera gustado, sin el regusto amargo del agravio por la ausencia de mujeres y del reconocimiento de su aportación. Por el contrario, diversas actividades realizadas con posterioridad son ejemplo de un mayor interés de la organización en esta materia. La actividad más gratificante que impulsé y en la que me impliqué personalmente fue la preparación y organización de la exposición fotográfica “¿Invisibles? Mujeres, trabajo y sindicalismo (1939-2000)” que se inauguró en el 8o Congreso Confederal y que ya ha recorrido bastantes lugares de nuestro país. Esta exposición se enmarcó en un trabajo de investigación histórica, realizado por un equipo de historiadoras e historiadores. En ambas tareas fue determinante el papel jugado por la Fundación 1o de Mayo, de la C.S. de CC.OO., Fundación que ha llevado a cabo nuevas actividades e investigaciones centradas en las mujeres o que incluyen un análisis de género bien reconocible.
En un balance objetivo y riguroso no puede faltar el reconocer que no todo ha sido un camino de rosas, aunque haya sido más liviano que el que vivieron mis antecesoras en el cargo. Reconociendo que puedo hacer un balance globalmente positivo y que la organización así lo ha manifestado, también es cierto que algunos de los objetivos que nos planteamos avanzaron de forma irregular e insatisfactoria. Si hay un reproche que puedo hacer a la organización en su conjunto y a algunos responsables sindicales en particular, es el doble rasero con que se abordan, salvo en algunas ocasiones excepcionales, los actos de violencia de género realizados por afiliados o responsables sindicales de CC.OO. La claridad del discurso y la denuncia sindical cuando los actos de violencia se producen por personas ajenas a la organización, contrasta con el recelo, la pasividad, el ocultismo más que la confidencialidad, cuando no la inhibición, si se trata de personas afiliadas a nuestra organización. Hemos dado pasos importantes para corregir estas situaciones, adoptando definiciones, criterios y procedimientos en los Estatutos confederales y en su reglamento de aplicación, pero sigue fallando la decisión política cuando nos situamos ante el problema concreto. No es que no se haya actuado ante las denuncias concretas, pero la mayoría de las actuaciones podían haber sido más claras y coherentes y ha habido algunas francamente deplorables, en el procedimiento o en el resultado.
La revista Trabajadora, publicación de la SCM, que cuenta con una larga y fructífera trayectoria, fue reconocida en el 7o Congreso Confederal como órgano de expresión de las políticas de género de CC.OO. Afortunada decisión congresual que nos ayudó, en los meses posteriores al 7º Congreso Confederal, a soslayar el intento de reducirla a una mera “sección” de una publicación general de la Confederación, proyecto de la Secretaría de Comunicación del momento cuya puesta en marcha no fue aprobada por la Dirección confederal.
Contamos con medios humanos y económicos suficientes para hacer una publicación bastante aceptable en contenidos, diseño y número de ejemplares. Más allá del inconveniente que supuso en los primeros meses de llegar a la SCM el tener que afrontar la imprevista sustitución de la persona que dirigía y realizaba la revista, Trabajadora siempre ha contado con la aportación de un nutrido número de personas, la mayoría SM de las organizaciones confederadas, pero también personas con otras responsabilidades en la organización y bastantes colaboraciones voluntarias de personas ajenas a CC.OO., lo que nos ha llevado casi siempre a la disyuntiva de qué noticia o colaboración dejar fuera, por- que el espacio disponible no permitía recoger todas las informaciones de interés que habíamos recopilado.
En el período 2000 a 2004, el Consejo de Redacción y las colaboraciones se abrieron a personas de otras Secretarías confederales, con la intención de reforzar más el carácter de publicación confederal que había sido reconocido por el Congreso. El hecho de no considerar operativo un Consejo de Redacción muy amplio hizo que la opción adoptada fuera en detrimento de la participación de las organizaciones confederadas, si bien esta participación se contemplaba a través de la colaboración en la redacción de artículos y por supuesto, con el reflejo de las actividades que desarrollaban las organizaciones. No obstante y por diversos motivos, el funcionamiento del Consejo de Redacción tuvo deficiencias y dificultades para reunirse al completo, aunque no creo que éste fuera el mayor de los problemas que tuvo Trabajadora en estos años.
El objetivo de mantener y reforzar el equilibrio en el tratamiento de temas de marcado carácter sindical y de temas de interés social más general, siempre desde una perspectiva de género y un enfoque feminista, creo que fue suficientemente conseguido, y si no se abordaron más temas, de uno u otro carácter, hay que achacarlo a una deficiencia o falta de visión de la dirección política de la revista, sólo a mí imputable, y sin lugar a dudas a la falta de espacio en la revista. En varias ocasiones nos planteamos la necesidad de ampliar el número de páginas pero no llegamos a tomar la decisión por razones económicas y de garantías de realización en los plazos exigibles. Además, siempre tuve la intención de poder realizar una edición digital de Trabajadora, como boletín mensual destinado a las noticias de actualidad y a informaciones de interés, proyecto que de haber sido capaz de poner en marcha habría liberado espacio en Trabajadora sin necesidad de ampliar sus páginas.
Con el equipo técnico y el Consejo de Redacción abordamos, al finalizar el año 2000, una amplia reforma de la revista, cambiando el tamaño, número de páginas, diseño, producción en color, secciones, número de ejemplares y número de ediciones al año, entre los cambios más visibles. En la etapa anterior, Trabajadora ya contaba con un nivel de aceptación bastante elevado entre la mayoría de las personas que la recibían, dentro y fuera de la organización. Con los cambios introducidos, la percepción positiva mejoró aún más, ésa es mi opinión y la de muchas de las personas de CC.OO. y ajenas que así nos lo hicieron saber. Esta opinión no implica desconocimiento de otras opiniones críticas con la estética o con algunos contenidos de la revista, opiniones que además puedo compartir en parte, porque los fallos existieron y la revista, desde la línea editorial hasta las secciones más livianas puede ser mejorable y modificable.
El incremento en el número de solicitudes de ejemplares podría ser un indicador de la aceptación de Trabajadora pero posiblemente también refleje el buen trabajo de extensión divulgativa que se realizó desde la SCM y desde muchas otras Secretarías y estructuras de CC.OO. Hicimos llegar Trabajadora a un amplísimo número de asociaciones, organizaciones, instituciones, medios de comunicación, bibliotecas, centros de investigación, y personas involucradas en la defensa de los derechos de las mujeres. También se puede acceder a Trabajadora a través de páginas web de organizaciones y entidades ajenas a CC.OO. que la incluyen como publicación de interés. Además, hicimos un gran hincapié en ampliar y mejorar la distribución en el interior de nuestra organización, distribución deficiente hasta el momento, no tanto por el número de ejemplares distribuidos sino por los criterios y procedimientos de distribución que se habían ido construyendo de forma voluntarista a lo largo de los años y que necesitaban actualizarse y homogenizarse en la medida de lo posible para reforzar el compromiso de todas las organizaciones confederadas. Tras varios intentos de adoptar criterios compartidos por el conjunto de las organizaciones, en el tramo final del mandato congresual se logró conformar una propuesta que quedó pendiente de aprobación y puesta en marcha para el mandato siguiente.
Trabajadora en la actualidad sigue siendo un referente esencial de las políticas de género en CC.OO. y tengo en bastante aprecio la continuidad y mejora de la publicación que ahora dirige la actual responsable de la SCM, Carmen Bravo. Por ambos motivos, como seguidora de la revista y desde la posición privilegiada que me da el participar en su Consejo de Redacción, me permito opinar sobre algunos aspectos en relación a Trabajadora. Por un lado, creo que puede haber llegado el momento de plantearse la ampliación del número de páginas, con el objetivo de dar más espacio a las actividades de las organizaciones con- federadas, y a las informaciones y análisis de interés sindical y social. Pero este objetivo requiere sobre todo conseguir más agilidad en la redacción de los artículos y en la elaboración de la revista, para lo que es imprescindible ampliar las colaboraciones y reforzar la coordinación y cooperación entre todas las personas que conforman el Consejo de Redacción. Por otro lado, creo que la participación en el Consejo de Redacción por parte de personas de otras Secretarías confederadas y de las SM de las organizaciones confederadas debería realizarse de forma dinámica, no estática, es decir, contemplando la rotación por periodos de duración media (por ejemplo, cada dos años) para fomentar la implicación directa de un mayor número de personas y organizaciones. Aún sin estos cambios, Trabajadora debe seguir ampliando su divulgación y avanzando en los niveles de interés y aceptación dentro y fuera de CC.OO. Y tengo la percepción de que este objetivo se habrá cumplido al finalizar el actual mandato congresual.