Amparo Salvador Climent

Nace en Valencia en 1958 en una familia de clase media conservadora. Estudia con las monjas y en el instituto Juan de Garay. Tras pasar una dura oposición entra, con 17 años en el Banco Urquijo. En Banca, donde ha desarrollado su vida laboral, ha sufrido diversos despidos y fusiones. Forma parte de CCOO desde su legalización y ha luchado por abrir todas las categorías a las mujeres. Ha formado parte de la Ejecutiva de la Federación de Banca del PV como Secretaria de la Mujer.

Testimonio recogido y comentado por Carmen Peinado en 2004.

Amparo nace el 3 de marzo del año 1958, en la ciudad de Valencia. Al recordar su infancia la define como una infancia normal. Es la menor de dos hermanos. Su hermano es 22 meses mayor que ella y ha sido su gran aliado, ha mantenido y mantiene una estrecha relación con él, siendo cómplice de sus juegos, estudios, inquietudes y tendencias políticas.

Mi infancia ha sido normal dentro de lo que cabe (…], pues a los 4 años tuve un problema de bronquitis asmática que me hizo estar en casa mucho tiempo, con lo cual la infancia en el colegio se me hizo un poco rocambolesca. He faltado muchísimo a clase, tenía que ir a hacerme pruebas continuamente. Por lo demás, la infancia la recuerdo muy poco. La relación con mi hermano; pasamos la infancia juntos, sufrimos la pubertad juntos, compartimos los problemas de juventud juntos y hemos compartido el trabajo durante veinte años.

Amparo pertenece a una familia de clase media. El padre, funcionario de correos, pasaba mucho tiempo fuera de casa. Al ser jefe del tren de correos, los viajes a otras ciudades eran constantes. Estas ausencias del padre hacen que recaiga toda la responsabilidad de la educación de los niños y la organización de la vida familiar en la figura de la madre, que es una ama de casa convencional como tantas otras de la época.

Mi padre estaba mucho tiempo fuera. En aquel tiempo se hacían muchas horas extras, para poder permitirte algún que otro capricho, ir un poquito de vacaciones, comprar alguna cosa, etc. Lo veíamos muy poco y mi madre era la que llevaba el gobierno de la casa. Así nos criamos, dirigidos por mi madre en su mayor parte.

Su primera época de estudios la realiza con unas monjitas en lo que hoy denominaríamos «escoleta», más tarde pasa a una academia del barrio donde preparara su ingreso en el instituto, en el que empezará estudios de bachiller con tan solo nueve años. El instituto elegido por la familia es el Juan de Garay, allí permanecerá hasta acabar el bachiller superior y reválida con 16 años. En ese momento toma la decisión de estudiar idiomas y sacarse el título de Secretaria Intérprete.

Entré en el instituto un año antes de lo que me tocaba, con lo cual tuve la suerte de poder hacer un año antes todo. Acabé con 15 años el bachiller superior, con 16 hice la revalida y ahí ya corté, empecé con idiomas en la Escuela Oficial de Idiomas, con francés y con inglés y empecé a sacarme el titulo de Secretaria Intérprete, porque siempre me ha gustado el tema de internacional, de extranjero, idiomas y tal. Me saqué el título de Taquimecanógrafa y no tuve tiempo de más.

En lo referente a cuestiones políticas dentro del seno de la familia, Amparo recuerda ciertas rencillas con sus padres, a los cuales define como apolíticos, con cierto cariz conservador. Esto hacía que las relaciones con los hijos fueran un tanto tensas en algunas ocasiones. No comprendían muy bien que tanto Amparo como su hermano se comprometieran con una ideología de izquierdas. Aunque reconoce que siempre hubo una relación de respeto y asumieron ese «defectillo» de sus hijos, subrayando por otro lacio y por encima de las ideas, la calidad humana que veían en ellos.

Mis padres han sabido que nosotros hemos sido delegados, que yo me he ido de viaje a Madrid por el tema sindical, que mi hermano ha estado muy metido en aspectos políticos, y siempre han actuado como si no fuera con ellos, para evitar roces, para evitar disgustos y broncas. Bueno, pues nos veían que éramos gente normal y buena, y admitían un poco que tuviéramos este «defectillo». Porque yo pienso que mis padres el tema nuestro sindical y nuestras ideas de izquierdas lo asumieron, los siguen asumiendo; aunque no era un respeto al cien por cien, sí que era algo de respeto, porque si no, hubiera sido una guerra campal y no lo fue.

Debido al ambiente clerical de la época, y aunque Amparo reconoce que sus padres no eran practicantes, sí que se confesaban creyentes y como tales había que cubrir el expediente cara a la galería, con la comunión de los niños y posteriormente con los enlaces de estos por la Iglesia. Esta concesión la hicieron los hermanos como muestra de reciprocidad hacia la tolerancia que mantenían los padres a sus actividades políticas.

Mi hermano y yo nos casamos muy jovencitos los dos, todavía teledirigidos un poco por el ambiente familiar, por no querer hacer daño, por no querer crear problemas, y entonces mi hermano se casó religiosamente y yo me casé religiosamente. De alguna manera fue una cesión que les hicimos, porque tampoco nos habían censurado nuestras ideas y nuestras cosas, era como una cosa que nos pedían cara a los amigos, a la familia…

Su incorporación al mundo laboral es muy temprana. Con 17 años y tras pasar por una dura oposición, entra a trabajar en el Banco Urquijo, el ‘banco de sangre azul’ por excelencia, donde el nombre de sus dirigentes era más importante que las cualidades de la entidad. El marqués de Trénor, los Gómez-Lechón, Alfaro y otros, junto a sus amistades, formaban parte del consejo de administración.

Amparo entra a formar parte de la plantilla del banco en calidad de telefonista. En aquel entonces la categoría de auxiliar administrativo, que era por la que había opositado, no se concedía hasta haber cumplido los 18 años.

Entré como telefonista con la promesa de que, en cuanto cumpliera los 18 años, me harían auxiliar administrativo. Y ahí empiezo no guerra, mi guerra laboral, porque no lo hicieron. Me tenían en la categoría de telefonista en la ventanilla de caja, por supuesto. Entonces empecé a exigir mis derechos, porque tenía una oposición aprobada y quería mi puesto, y ahí empezamos una pelea increíble, con el asombro de mis compañeros, porque esto no se habla dado nunca en el Urquijo, donde había mucho pijo, mucha niña bien. Entonces claro, llegar y decir: ‘‘Yo tengo derecho a esto porque me lo he currado”. Entonces ahí vienen entrevistas con el subdirector, el director, los jurados de empresa, que es lo que en aquel momento existía: “Cede Amparo que tal…” no se si fue eso lo que me marco o que, que a partir de aquel momento he ido defendiendo el tema. Bueno, yo siempre he tenido muy claro que una tiene derecho a algo, y si tienes derecho pues hay que exigirlo. Lo conseguí tras una larga lucha de varios años, después de un montón de tiempo me hicieron administrativa ya seguí en caja, porque en aquel momento el convenio nos igualó a los ayudantes de caja con los administrativos. Cualquiera podía estar en caja, con lo cual mi gozo en un pozo, porque ya no pude salir de caja. Y he estado casi toda mi vida en ventanilla de caja.

Con respecto al ambiente laboral. Amparo recuerda un ambiente agradable. La plantilla estaba compuesta en su mayor parte por hombres, que ocupaban los puestos de responsabilidad. La labor de las mujeres, independientemente de su valía, estaba limitada a los puestos de trabajo de cara al público: cajeras, secretarias, atención al comercio, etc. Aunque Amparo no cree haber sido nunca objeto de una trato discriminatorio por ser mujer, si admite sin embargo la existencia de un cierto machismo enmascarado, que se hacia latente en medidas retrógradas tales como alejar a las embarazadas de los puestos que estaban cara al público.

En el periodo que nos fusionó el Banco Hispano, aparte de otras medidas de presión, hubo una que si me pareció descabellada, es cuando a las chicas embarazadas las quitaban de cara al público. Las secretarias de los directores, las comerciales, las cajeras, las de atención al comercio, todo el mundo que estaba cara al público, [querían] que fuera mujer. Cuando (alguna) se quedaba embarazada la subían al primer piso a correspondencia, a trasferencias, cosas así. Y esto lo hicieron durante años y años. Entonces se tenía asumido, el ochenta por ciento lo tenía asumido. Yo por ejemplo lo tenía asumidísimo porque pensaba: bueno, cuando esté embarazada, me quitan de caja. ¡Pues no fue así! yo no les molesté, yo con mi pancha no les molesté.

Aparte de todo esto, la verdad es que en general no hubo grandes conflictos en las relaciones por cuestiones de género.

Su compromiso sindical es casi paralelo a sus inicios laborales. En 1978 hubo unas elecciones sindicales en el Urquijo, la primera vez que se elegían delegados sindicales y no jurados de empresa.

Teníamos derecho a un comité de empresa porque éramos ya más de cien trabajadores allí, y entonces nos presentamos cinco como independientes, mi hermano y yo por supuesto, y luego tres compañeros más. Como independientes salimos y durante el proceso de ser nosotros delegados independientes, legalizaron Comisiones Obreras, nos sindicamos a Comisiones, nos afiliamos y en las siguientes elecciones nos presentamos ya por Comisiones.

La reivindicación y la protesta han sido su eje de comportamiento, siempre ha mantenido una inquietud por las necesidades y condiciones de trabajo propias y de sus compañeros. Esto no resultaba nada fácil en una empresa como el Urquijo, donde se respiraba un aire paternalista: estabilidad laboral a precio de subempleo encubierto, pluses y otras formas de salario diferido. Esto hacía que la mayoría del personal se mantuviera reticente a la hora de movilizarse, de secundar cualquier huelga o protesta.

En aquella época se abusaba de todo, se abusaba de la pelota con el jefe, se abusaba de los favores, por ejemplo: «Yo me quedo media hora más y mañana si dejo al nene vengo más tarde», o «Si estoy cansada…» En fin, cosas así, que yo no compartía, yo era de las de «De ocho a tres lo que queráis, el resto es mi tiempo». Claro, con estas actitudes era difícil movilizar a la gente. Recuerdo que a la primera huelga no pudimos ir. No pudimos ir a la huelga ni apoyarla, la primera huelga que pudo ser en el año 1977, no lo recuerdo bien. Éramos unos privilegiados. El Urquijo pagaba por todo, te abonaba todo, estábamos fuera de convenio; a cambio de favores, claro. Entonces se votó si se acudía o no a la huelga, eso lo tengo presente. El abogado del banco hizo las votaciones y salió que sí, sí a la huelga. Como no podía ser, no sé qué historia montaron que se repitió otra vez la votación […] y ya salió que no, con lo cual ahí se había asumido. Para mí fue muy desagradable. Bueno, yo recuerdo que estaba en caja, la puerta del Urquijo quedaba justo enfrente del furgón «Esquiroles», yo me metía debajo del mostrador. Recuerdo, y de eso hace muchos años, que fue una cosa horrible. Y la gente, «Es que cobramos muchísimo más de lo que ellos están pidiendo». Pero no es eso, es la solidaridad, porque tú vas a ser como ellos dentro de unos años. Estamos muy bien, efectivamente, pero estás metido dentro de una comunidad, llámalo como quieras, dentro de un sector, dentro de un grupo, hay un montón de trabajadores como tú, hay que apoyarles, nos lo están pidiendo ellos, aunque tú no lo creas… Y bueno, esa huelga nada. En la siguiente ya sí, ya fueron abiertas y ya lo de siempre, el que quiere ir va, aunque debo decir que a la huelga de banca íbamos pocos, a veces cuatro o cinco de cien que éramos.

En el año 1982, tras el suceso que conmocionó a toda España del asesinato de los marqueses de Urquijo, el Banco Urquijo pasa a ser del Banco Hispano Americano. El Hispano compra Urquijo y lo fusiona a su vez con Banco Unión, que también le pertenecía, lo que será a partir de entonces Banco Urquijo Unión.

A raíz de esta fusión tuvimos muchas historias. Porque claro, juntar dos plantillas enormes, donde sobraba gente, donde sobraban oficinas, donde el Hispano intentaba sacar la máxima rentabilidad a una empresa… Nosotros, que veníamos de una situación privilegiada. Entonces claro, era muy difícil meternos en cintura de golpe y de repente. Empezaron a congelarnos el sueldo, tuvimos el sueldo congelado más de diez años, para equiparamos al resto de la banca y los Banco Unión que llegaban. Y ahí hubo problemas porque claro, que te dejen el sueldo congelado dos años, que lo hemos vivido y lo han vivido muchas empresas. Durante más de diez años no cobrar un duro de aumento, la gente, pues claro, ya se había metido en esto y aquello. Luego, aparte de eso, hubo mucha gente que salió de estampida. De jefes, me refiero del Urquijo, gente muy preparada, porque aparte de los tontos y de los que daban el nombre y los que daban tal, había gente muy preparada que el Urquijo, como pagaba bien, exigía. Pues los jefes de riesgos, los jefes de extranjero, los jefes de transferencias o del tema de recursos humanos, en aquella época, era gente muy buena, muy preparada, muy responsable, que salieron. En el Banco de Sabadell había mucha gente de Urquijo, en la Caixa, en el Barclays. Quiero decir que se han ido desperdigando por ahí. Salieron todos los que pudieron; y quisieron, claro.

Esta purga de personal la vivieron las mujeres de forma discriminatoria. Fueron ellas las primeras en recibir propuestas de abandono del puesto de trabajo.

Durante este periodo de fusión con el Hispano hubo muchos altibajos. Abrieron oficinas, luego cerraron, trasladaron a muchísima gente y a partir del año 91 o por ahí empezaron a intentar que las mujeres, todas, se fueran con pagas incentivadas. A proponerles a las mujeres, pues porque se suponía que estábamos mantenidas por nuestros maridos. La mayoría éramos casadas, pues claro, que podíamos prescindir del trabajo, que tal y que cual. Y bueno, esa fue la época mas dura. Del 91 al 96 fue un exterminio total. Yo tengo compañeros que le llamaban la ‘guerra del Vietnam’, porque estábamos todos atrincherados allí en las mesas y sonaba el teléfono y decías, era como cuando te caía la bomba en Vietnam, le tocaba a este, le tocaba al otro, le tocaba a este poblado, a esta casa, pues allí era igual. Sonaba el de al lado, lo mirabas y decías: Personal, seguro. Colgaba: que venían a hacer una vi-sita y querían hablar con él. Como en el Vietnam, ¡sálvese quien pueda!

La militancia de Amparo ha sido exclusivamente sindical. Aunque confiesa tener simpatía y amistades dentro del ámbito político, ella nunca se ha sentido atraída por este mundillo.

No, esto lo he tenido claro, el tema laboral y sindical a tope, el tema político, mis ideas y mis amistades y mi grupo de gente y tal, casi todos políticos, metidos en política bastante, pero no, yo no he estado metida nunca en nada.

Casada desde los 22 años y con dos hijas mayores, Amparo admite haber logrado una relación basada en el respeto mutuo. Su marido ha sido ajeno a todas estas actividades sindicales y más bien apolítico en todo, aunque ello no ha sido obstáculo para que ella encontrase en él un gran apoyo.

Bueno, él me entiende, me ha ayudado, me asesora, me apoya y todas esas cosas, porque claro, yo no hubiera podido llevar la actividad sindical que he llevado, porque la época mala del Urquijo Unión, todos los meses nos íbamos a Madrid uno o varios días. Mis hijas eran pequeñitas y teníamos que organizarnos entre mis padres, a pesar de que en muchos momentos no entendían mi dedicación a esto, él y yo. Aunque confieso que cuando las niñas eran pequeñas me costaba mucho separarme de ellas, pero siempre hemos intentado formar un buen equipo.

Al preguntarle cómo han sido sus relaciones con los compañeros del sindicato, Amparo manifiesta no haber sufrido ningún tipo de discriminación por el hecho de ser mujer, muy al contrario. Su valoración es altamente positiva.

Mis relaciones con los compañeros han sido siempre muy buenas. Nunca he tenido problemas, incluso con los compañeros de Cataluña, que eran mayoría absoluta de Comisiones en el Urquijo, que eran los que manejaban el cotarro. Siempre me han llamado, han contado conmigo, siempre me han pedido opinión, siempre he votado, en Madrid, en Barcelona, a nivel de cualquier movida o acuerdo que quisieran hacer, yo he estado y se me ha considerado.

Su vinculación con la Secretaría de la Mujer arranca desde sus inicios. Al margen de haber sido una mujer que se considera privilegiada en todas sus relaciones sindicales y laborales, Amparo ha sido consciente de la problemática de la mujer en el ámbito laboral, por lo que quiso aportar su colaboración a esta Secretaría. Esto no exime alguna critica por su parte, sobre el desarrollo y organización de la misma.

Yo estaba en la Secretaría de la Mujer. He estado desde que se montó, pues prácticamente hasta que deje de ser delegada, porque no había otra mujer. Entonces me tocaba a mí. Eran casi todas mujeres, menos el compañero de la BNP, que como no había mujeres venía él.

Reconozco que la última época de ser delegada, en la Secretaría de la Mujer, hemos tenido menos actividad, no sé el porqué. Imagino que a lo mejor porque se ha llevado todo más controlado. Para montarla y trabajar cuesta más, y claro tienes que ir contactando, ¿cómo hacemos esto y aquello? Porque no solo teníamos que discutir sobre embarazos y bajas maternales, sino cómo lo llevábamos a los congresos para cuando se tenía que votar. Ahora yo creo que hay menos actividad, porque se ha avanzado mucho estos años respecto a la mujer, bajo mi punto de vista. No porque yo no me haya sentido mal crea que todo el mundo está bien. Hay muchas mujeres sufriendo estas historias todavía. Pero lo que veo ahora es que los que más sufren son los jóvenes. Yo en la Secretaría trabajaba sobre todo en el sentido que no fuéramos todas mujeres las que estábamos. Esa ha sido una pelea mía total en el sindicato. Y venía gente, venía gente de Alicante, de Castellón, de Comisiones, y quedábamos aquí todas para hacer esto y aquello, y había gente por ahí que estaba muy empecinada que de hombres nada en la Secretaría. Yo eso nunca lo he entendido, ni lo apruebo, sigo sin aprobarlo. No te digo yo que [no seamos] nosotras [las que] tengamos que ser las que llevamos más el carro porque somos las afectadas, ¿vale? ¿Pero que no estén [hombres en la Secretaría]? Que nos tenemos que implicar, tanto en casa, de hecho en el mundo familiar, en la casa vale, hagámoslos aquí también. «Es que ellos no pueden trabajar como nosotras». Bueno, pues enseñémosles. Y luego, claro, […] se transmite a la empresa y la empresa ve que hay compañeros que tal, que están metidos en la Secretaría de la Mujer. En fin, eso de «Nosotras y nosotras» no lo comparto. No estoy en contra del feminismo, pero [sí] del feminismo acérrimo, no lo comparto.

En la actualidad, Amparo sigue trabajando en la banca, concretamente en Caixa Galicia. Pero hace dos años aproximadamente que abandonó su actividad sindical como delegada. Su coherencia y ética la llevaron a tomar esta decisión.

Cuando llega un momento que restas más que aportas, que no te mueves, que no tienes la cosa que pienso que tiene que tener un delegado, que son ganas de trabajar, ganas de moverse, ganas de pelear. Para mí ser delegado es una pelea. Hay gente que lo entiende como burocrático: pues yo relleno esto, voy al sindicato, hago mis cursos, acudo a mis asambleas… Pero para mí no es burocracia, es lucha, pelea, creencias. Y si todo esto no lo sientes mejor dejarlo.

Independientemente de algún que otro desencanto y un acusado desgaste en todo este tiempo de dedicación al sindicato, para Amparo ha supuesto la militancia sindical un vehículo de crecimiento a todos los niveles y el balance que hace es altamente positivo.

El balance es totalmente positivo, porque además yo no tengo mal recuerdo. Habrá gente que se retiró de delegado y ha tenido problemas. Yo conozco gente

[a la] que le hacían la vida imposible. Le controlaban la hora que salía, las horas sindicales. A mí jamás, no he tenido mal rollo de ningún tipo. He trabajado, creo que mucho y hemos conseguido, por un poquito que sea, bastante. Porque siempre se consigue algo, diga la gente lo que diga. Y yo, por el hecho de ver a mis compañeros que eran de una mentalidad extraterrestre al lado de la mía, que venían a las asambleas, que te escuchaban, que llegaban a entenderlo algunos, que en un principio lo veías imposible, porque los veías incapaces, por su educación, por su formación, ponerse donde tú estabas. Y que luego esa misma gente te dijeran: «Amparo, esto lo tendrías que hacer más a menudo porque por lo menos estamos informados y sabemos tal y cual». Pues para mí ya era un logro. Por eso ha valido la pena.

CARMEN PEINADO (2004)

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