
Nace en Olivares del Júcar, Cuenca en 1951, en una familia conservadora y acomodada. Estudia con beca el bachiller en Cuenca y Derecho en Valencia. En 1971 entra en el PCE en la facultad. Sufre un expediente y expulsión, pero logra ser readmitida. Abogada laboralista en un breve periodo en CCOO, coincidiendo con los asesinatos de los abogados de Atocha, y luego en su propio bufete. Ha ayudado a muchas mujeres trabajadoras a defender sus derechos. Participó en el MDM y en las diversas luchas feministas.
Testimonio recogido y comentado por Pepa Mestre en 2004.
Mercedes Belinchón nace en Cuenca en 1951, hija de una familia de agricultores de Olivares del Júcar, un pueblo pequeño cuya población trabajaba mayoritariamente en la agricultura. Era la mediana de tres hermanos.
… fue una circunstancia que naciese en Cuenca, en un hospital y no en casa, como era habitual en aquella época. Mis padres son de un pueblo de la provincia de Cuenca, de Olivares del Júcar, un pueblo pequeño donde la gente se dedica a la agricultura o a la ganadería. Las condiciones de vida eran tremendamente duras en aquella época en los pueblos. Yo nací en el año 51…
Sus padres procedían de dos familias muy diferentes. Su madre nació en una familia más acomodada. El abuelo materno era maestro, profesión que nunca ejerció porque se dedicó a administrar sus propiedades, al ser hijo único y morir su padre cuando terminó los estudios. La familia de su padre era más modesta, propietarios también pero en menor escala. A pesar de vivir una época muy dura, en palabras de la entrevistada, los padres orientaron a sus hijos hacia los estudios, como vía para una salida profesional fuera del pueblo. Esta decisión comportaba un mayor sacrificio porque en un pequeño pueblo como era Olivares no había centros de bachillerato, lo que obligaba a mantenerse lejos del domicilio familiar desde los diez años, con el consiguiente coste emocional, además del económico. Comenta Mercedes que a esa edad echaban en falta a los padres, que vivían en el pueblo, y en algunas ocasiones lloraban porque les hubiera gustado estar todos juntos.
Yo estoy muy agradecida a mis padres porque creo que tomaron una decisión muy valiente en aquel entonces, teniendo en cuenta que estamos hablando de los años 50, cuando no era muy habitual en los pueblos que las mujeres estudiasen. Mis padres tomaron la decisión de que sus hijas tuvieran la oportunidad de abrirse nuevos caminos en la vida diferentes a los que les ofrecía la vida del pueblo, a pesar del esfuerzo económico que suponía tener que salir del pueblo para poder estudiar. Yo me fui del pueblo con 10 años a estudiar a Cuenca. Después del examen de ingreso en el bachillerato, me presenté a una prueba para obtener una beca, Por las calificaciones obtenidas me dieron una beca-salario, que en aquellos momentos suponía muchísimo dinero. Aquello supuso para mí asumir una gran responsabilidad. Lo recuerdo como un auténtico trauma, porque a partir de aquel momento tenía que dedicar más tiempo a estudiar que a jugar con las amigas como había hecho antes. El mantenimiento de la beca suponía que las calificaciones del curso no podían ser inferiores a ocho. Recuerdo todo aquello con mucha amargura. En ocasiones me sentía un un poco desigual a las demás, porque mi obsesión era no sacar menos de siete. Tenía miedo de que si no lo conseguía tuviera que volver al pueblo. Al margen de estas circunstancias, visto ahora retrospectivamente, no puedo dejar de valorar la valentía de mi padre para que sus tres hijos estudiasen, y que sus hijas tuviesen una carrera universitaria. Siempre nos transmitió el mismo mensaje: “No dependáis de nadie, sed autónomas”.
Mercedes cree que tiene mucho que agradecerle a su padre, pues siempre le inculcó la independencia y la libertad pero dentro de una gran responsabilidad. Mantiene que su madre era mucho más conservadora, pues si bien apoyaba que sus hijas estudiaran, sus expectativas no estaban alejadas de la meta del matrimonio, de hacer una ‘buena boda’, que era el destino propio de las mujeres, si tenemos en cuenta la ideología dominante de aquella época. El recuerdo que tiene de vivencias políticas en su familia es nulo. Sus padres y sus abuelos pertenecían a lo que podría denominarse «franquismo sociológico». Durante la República y la guerra civil mantuvieron una posición ideológica y política de derechas, sin que llegaran a tomar partido expresamente. Recuerda sus primeros años de estudios en la Escuela Primaria del pueblo. Siempre estudió en centros públicos. A los diez años se trasladó a Cuenca para cursar bachillerato en el Instituto Alfonso VIII, donde también estudiaba su hermana mayor. El hermano pequeño se uniría a ellas cinco años más tarde.
En un primer momento vivimos muy cerca del Instituto, en casa de una familia. A principio de los años sesenta no había residencias femeninas en Cuenca, salvo las Josefinas, un colegio religioso donde se alojaban y estudiaban las chicas de los pueblos, que no gozaba de la confianza de mi padre. Más adelante, mis padres compran un piso en Cuenca y les propusimos dejar la familia con la que vivíamos en régimen de pensión y marcharnos al piso nuevo. Mi hermana tenía 16 años y yo 14, por lo que tuvimos que utilizar todas las artes de persuasión a nuestro alcance para conseguir el objetivo. Finalmente mis padres lo aceptaron, aún con el temor de que no fuéramos capaces de soportar vivir solas y con mi hermano, que se uniría más adelante para comenzar los estudios de bachillerato. De nuevo había que asumir el sentido de la responsabilidad para organizarnos los tres. Aquella situación fue muy curiosa, muchas veces lo recordamos, pues al ser los tres tan pequeños y sin experiencia, se reprodujo inconscientemente toda la jerarquía familiar, donde mi hermana mayor ejercía las funciones de padre y madre a la vez y mi hermano y yo, que éramos los pequeños, adoptamos el papel de hijos. Eso sí, cada uno tenía unas funciones que cumplir dentro de la casa, pero la organización de las tareas correspondía a la hermana mayor. Y mis padres aceptaron la situación, vigilantes desde la distancia. Desde luego fueron valientes y les salió bien la jugada, pero les podía haber salido como el rosario de la aurora.
Cuando su hermana terminó en Cuenca la carrera de Magisterio surgió un dilema en la familia, pues ella quería seguir estudiando en la universidad. Su madre decía «que ser maestra ya era suficiente», pero su hermana se empeñó en hacer una carrera superior como Filosofía y Letras y contó con el apoyo incondicional de su padre. Esto suponía trasladarse a una ciudad con universidad. Hubieran tenido que trasladarse a Madrid, por ser el distrito universitario que le correspondía a Cuenca, pero sus padres prefirieron Valencia, que consideraban una ciudad y una universidad mucho más tranquila que Madrid.
Llegamos a Valencia los tres hermanos el año 1968 y los tres vivimos en el piso que mi padre había comprado. De nuevo se nos inculcaba el sentido de la responsabilidad, más si cabe, por ser una ciudad más grande y desconocida para nosotros. Esta nueva situación tal vez suponía nuevas preocupaciones y dificultades económicas para la familia, pero mi padre jamás nos trasmitió ningún pesimismo.
Cuenta Mercedes que la llegada a Valencia, en sexto de bachiller, supuso un cambio enorme en todos los aspectos, por comparación con su vida en Cuenca. Hasta ese momento se había movido en un ambiente conservador, dentro de la Sección Femenina, pues en aquella época en Cuenca era el único medio de reunión y el lugar donde se podían realizar diversas actividades con chicas de su edad. En los años de sus estudios en el Instituto de Cuenca era considerada una buena estudiante, con un expediente académico brillante, pero al llegar al instituto de Valencia se dio cuenta del gran desfase, en cuanto a la formación académica, que había adquirido en los años precedentes del Bachillerato en el instituto de Cuenca. Aunque su mayor sorpresa al llegar al instituto de Valencia fue la gran politización que encontró, tanto entre algunos profesores como entre las alumnas del centro. El Instituto San Vicente Ferrer en el que se matriculó en Valencia era un instituto femenino. Cabe recordar que a finales de los años sesenta la enseñanza primaria y secundaria estaba segregada entre chicos y chicas. Solamente había en Valencia dos institutos: el Instituto Luis Vives, para chicos, y el Instituto San Vicente Ferrer para chicas. También encontró diferencias en el nivel de exigencia cultural de algunas asignaturas. Se leían libros como La Colmena o La familia de Pascual Duarte, y veían películas. Los cambios también se apreciaban en los métodos de enseñanza utilizados en algunas asignaturas. Las clases de literatura consistían en comentarios de texto de los libros y películas.
Al llegar a Valencia me matriculé en el instituto San Vicente Ferrer en sexto de Bachiller y me doy cuenta del enorme desfase de formación que tengo respecto al resto de niñas del curso. En Cuenca no nos habían mandado jamás leer un libro. ¿Cine? pues yo lo más que había visto en Cuenca habían sido las películas de Marisol, las películas de Rocío Dúrcal, Teresa de Jesús o Los Diez Mandamientos. Y llego al Instituto San Vicente Ferrer de Valencia y me encuentro con un curso totalmente politizado, pero totalmente politizado [recalca]. Puedo dar incluso nombres, la hija de Alberto García Esteve [conocido abogado antifranquista], ¡imagínatelo! y otras amigas de su pandilla. Estamos en cl curso 1968-69 en que se decreta el estado de excepción. A mi aquello del estado de excepción me sonó a chino. Yo no sabia lo que significaba un estado de excepción pero percibo a través de compañeras del instituto de las implicaciones políticas que supone. Me doy cuenta, también, que el nivel cultural de las alumnas era totalmente diferente al mío. En cuanto a las clases, la forma de impartidas era totalmente diferente a lo que yo había visto en el instituto de Cuenca. El profesor de Literatura ya nos mandaba leer libros como La Colmena o La familia de Pascual Duarte y ver películas… Me acuerdo que las clases de Literatura consistían en un comentario de texto de todos esos libros y comentar en clase las películas que veíamos.
Este primer curso académico en Valencia fue para Mercedes muy duro. Todas las vivencias de esta época eran nuevas para ella, le abrieron los ojos en muchos aspectos y le sirvieron para ir vislumbrando su preferencia por la carrera de Derecho. También para tomar decisiones que implicaban abrir alguna brecha en las relaciones familiares. Al finalizar el segundo curso estuvo trabajando todo el verano con el fin de quedarse en Valencia y no tener que marcharse al pueblo. Era una forma de independizarse respecto a la familia, evitando pedir dinero a sus padres. Una vez finalizado el Bachiller decidió estudiar Derecho, lo que su madre aceptó de mala gana, porque no le parecía una carrera apropiada para una mujer y había que dedicarle mucho tiempo al estudio para aprender «demasiadas» leyes. Ademas, en el entorno conocido no había mujeres abogadas, lo que suponía demasiada ruptura con su medio social. Desde su mentalidad conservadora, no podía aceptar que su hija estudiara Derecho. No obstante, Mercedes consiguió seguir adelante con sus estudios gracias, nuevamente, al impulso de su padre, que siempre la apoyó. Así, en el año 1970 comenzó la carrera de Derecho y, con bastante frecuencia, compaginó los estudios con el trabajo de clases particulares que le permitían cierta independencia económica para sus gastos personales. «Entré en la facultad de Derecho en 1970, una facultad muy elitista donde compaginar el estudio con el trabajo no era habitual entre los estudiantes de aquella época».
En aquel primer año como universitaria, la politización de los estudiantes era muy intensa en todas las facultades y también se percibía en la de Derecho. Aunque en esta facultad había una mayoría de estudiantes de derechas, que exhibían sin ningún recato y con formas poco pacíficas su ideología franquista, también había compañeros de los diferentes cursos comprometidos con organizaciones políticas no legales que mostraban su oposición a la dictadura de Franco. En este ambiente de contestación universitaria, Mercedes contacta con estudiantes de la facultad afiliados al Partido Comunista. En el segundo año de carrera entra como militante en esta organización clandestina. Comienza así su activismo en el compromiso político antifranquista.
…Todo se produjo conversando entre los mismos compañeros de la facultad, que hablaban de política en unos términos que yo no entendía. Tampoco sabía mucho de política y poco a poco me di cuenta que estaba ya militando en el Partido Comunista. De todas formas, como había distintas formas de militancia, según me explicaron más tarde, yo el año de primero creo que era simpatizante y mi militancia activa empieza en el año de segundo de carrera. ¿Cómo me captaron? No te lo puedo decir porque no recuerdo cómo ocurrió. Sé que me lo propuso un compañero de tercero o de cuarto curso, pero no consigo precisar ahora cuál de todos fue ni como se desarrolló exactamente el proceso de entrada en la célula del Partido en la facultad de Derecho.
Recuerda que el comienzo de su militancia en el Partido Comunista en el año 1971 consistía en la asistencia a charlas y seminarios sobre marxismo, que se impartían los domingos en reuniones clandestinas, y en participar en las manifestaciones que se organizaban. También había que convocar las asambleas de la facultad, en las que había que intervenir públicamente como forma de dar a conocer los postulados del Partido. Era un compromiso no escrito que tenía que cumplir.
Los últimos años de la década de los sesenta y principios de los setenta, la movilización estudiantil en la Universidad de Valencia, como en el resto de España, adquirió un fuerte auge, coincidiendo con acontecimientos políticos como el Proceso de Burgos y otros internacionales como la guerra de Vietnam. Durante este periodo se sucedieron protestas y manifestaciones por toda España y asambleas informativas en los recintos universitarios que fueron reprimidas violentamente desde las instancias oficiales. En este contexto de protestas estudiantiles y represión política, en abril de 1971 tuvo lugar en Valencia la detención por la Brigada Político Social de un grupo de estudiantes universitarios de diferentes facultades, también de la facultad de Derecho, acusados de pertenecer al Partido Comunista. Comenta en la entrevista que estuvieron a punto de detenerla a ella y a su hermana, que militaba también en la organización del PCE de la facultad de Filosofía y Letras. Consiguieron salvarse de la redada policial porque abandonaron su domicilio y permanecieron escondidas durante varios días en casa de unos amigos.
En aquellas circunstancias se enteraron sus padres de la actividad política ilegal antifranquista de Mercedes y su hermana Mila, con el consiguiente disgusto familiar porque consideraban que se venían abajo sus expectativas sobre la educación de los hijos y, de algún modo también, porque cuestionaba los principios de indiferencia política que habían prevalecido en su entorno familiar y social. Les costó mucho asimilar lo que suponía en aquellos años tener dos hijas acusadas de comunistas. Como medida de cautela, sus padres se las llevaron al pueblo. Allí estuvieron escondidas hasta que se levantó el estado de excepción y regresaron a Valencia para realizar los exámenes finales del curso. Según cuenta Mercedes, los dos años siguientes los vivió con una actividad política menor hasta que en septiembre de 1973, tras haberse matriculado en la facultad de Derecho, el rector de la Universidad Literaria de Valencia le prohibía la entrada a las aulas universitarias, junto a otros 312 estudiantes universitarios. La razón alegada para prohibir la entrada en el recinto universitario a estos estudiantes era la aplicación del artículo 28 del Reglamento de Disciplina Académica de 1954, que advertía de la prohibición de entrada a las aulas y recintos universitarios a los estudiantes y «personas extrañas que hayan perturbado, perturben o amenacen perturbar la disciplina académica». No había ninguna sanción que justificara la medida, bastaba la presunción de que amenazase perturbar para aplicar el artículo 28. Mercedes comenta que cuando le comunicaron por carta la sanción, vivió uno de los peores momentos de su vida. Fue un golpe muy duro ya que suponía no poder acabar la carrera. Sintió que toda su vida se desmoronaba.
Me llegó la carta de notificación del expediente el 28 de septiembre de 1973, a punto de empezar el curso. […] El expediente significaba la expulsión de todos los campus universitarios por «haber perturbado, estar perturbando o poder perturbar el orden público», ¡pásmate! La expulsión de 300 y pico universitarios fue una expulsión masiva en un momento en que la Universidad no estaba tan masificada como ahora y por un motivo tan ambiguo como el recogido por el artículo 28 del Reglamento de Disciplina Académica del año 1954. Bueno, aquello fue una animalada. Os puedo asegurar que si cuando me buscó la policía en el año 1971 fue un golpe durísimo para mí, aunque supiera que era una consecuencia de la lucha política, ahora con el expediente de expulsión de la universidad y pasar a ser represaliada a los 22 años sentí que algo se había truncado en mi vida y se desvanecían todas mis expectativas de futuro. Me entró miedo de no poder terminar la carrera. No tengo ningún reparo en contar como lo viví. Cuando recogí la carta con la notificación de expulsión, lo primero que hice fue ponerme a llorar. Te estoy hablando de alguien que tenía conciencia política. Me puse a llorar y entré a una iglesia a desahogarme llorando. No fui a confesar de milagro. De verdad que no, no me considero católica, pero sentía necesidad de expresar mis sentimientos de miedo y rabia. Me sentía muy desgraciada. Tanto esfuerzo, tanta ilusión… y yo ya no podía acabar la carrera. Para mí aquello fue un palo durísimo, de verdad. Por otra parte, consideré que no lo podía decir en mi casa porque hubiera sido un golpe muy fuerte para mis padres. Ya habían pasado por la situación, para ellos vergonzosa, de saber que sus hijas eran comunistas, buscadas por la policía, y ahora con un expediente y sin poder terminar la carrera, no se privaban de nada, y yo decidí no decírselo. Y para colmo, había que evitar que se enterasen que no solo habían expedientado a una de sus hijas, no, habían expedientado a las dos, aunque mi hermana ya había terminado la carrera y no sufrió las consecuencias de ser expulsada de la universidad. Fue entonces cuando entré en una iglesia y me puse a llorar y dije: «Bueno, yo aquí, ahora, ¿qué hago?» Creo que hasta pasados 15 días yo no supe cómo reaccionar, porque, no es que no pudiese matricularme en la Universidad de Valencia, es que no podíamos matricularnos en ningún campus universitario.
Esta medida represiva provocó la repulsa de amplios sectores de la sociedad y del mundo académico. Desde el Colegio de Doctores y Licenciados de Filosofía y Letras de Valencia se remitió un escrito al rector en el que se pedía la anulación de las sanciones; lo mismo se hizo desde otras instancias. Los expedientados se coordinaron para recurrir la resolución del rectorado y un grupo de abogados se ofreció para llevar la defensa jurídica de los estudiantes. Fue en aquel momento cuando empezó a trabajar en el despacho de uno de ellos, el que llevaba su recurso, un abogado laboralista. Por parte del profesorado de la universidad hubo una solidaridad muy fuerte. Les dijeron que se prepararan las asignaturas y los examinaron fuera del recinto universitario, guardando las notas hasta que se ganó el recurso contencioso-administrativo en junio del 74, pudiéndose ya matricular y obtener la licenciatura.
Superado el impacto emocional inicial y con la necesidad de sobreponerme a la situación que se me había impuesto, comenzamos a organizarnos un grupo de compañeros expedientados de la facultad de Derecho y, consecuentes con nuestra militancia política, decidimos emprender nuestra actividad profesional con el propósito de hacer de nuestra vocación de abogados un instrumento de lucha contra la dictadura. La imposibilidad física de poder acceder al recinto universitario fue la razón que me llevó a aterrizar como pasante en el despacho de Manuel del Hierro, que junto a Alberto García Esteve eran la expresión de la lucha contra la dictadura a partir de su compromiso personal y profesional. Eran abogados cuyos despachos los pusieron al servicio de las capas más desfavorecidas de la población y se posicionaron al servicio de los trabajadores, faltos por entonces de representación y defensa en el marco del sindicato único y vertical. A estos dos despachos acudimos los expedientados de la facultad de Derecho, unos con la carrera terminada y otros, como era mi caso, faltándonos algún curso. Éramos muy jóvenes pero, eso sí, curtidos en asambleas y reuniones estudiantiles de todo tipo. Sabíamos poco de Derecho, pero teníamos soltura y una gran confianza en lo que se podría conseguir sí nos lo proponíamos Su vocación, su generosidad y su buen hacer profesional supieron trasmitirlo a todos cuantos fuimos acogidos en sus despachos, lo mismo chicos que chicas.
Tanto Manuel del Hierro como Alberto García Esteve nos enseñaron no solo la práctica jurídica, que desconocíamos, sino valores humanos y su fuerte compro miso político para cambiar la situación social. Aquellos despachos fueron esencialmente renovadores. Renovaron la forma de ejercer la profesión de abogado convirtiéndola en un instrumento útil para reivindicar una sociedad más justa. Como pasante de Manuel del Hierro aprendí a saber aprovechar todas las posibilidades que nos brindaba el ejercicio de la profesión de abogado para expresar y extender, en nuestras defensas y posicionamientos jurídicos, la necesidad de las libertades democráticas y sindicales.
Su trabajo en el despacho laboralista determinó la opción de dedicarse al derecho laboral, como consecuencia de ese compromiso político, ideológico, que fue adquiriendo por la situación tan represiva de sus años de estudiante en la universidad.
Los despachos laboralistas fueron pioneros en la incorporación de mujeres abogadas en igualdad de condiciones con los abogados varones. Y esta incorporación de las mujeres en el ejercicio de la profesión creo que fue un paso muy importante en la conquista del derecho a la igualdad que, poco a poco, fuimos demostrando en la práctica. Los trabajadores preferían que les defendieran los abogados varones y en ocasiones se dirigían a nosotras como si fuésemos las administrativas de nuestros compañeros abogados. Tuvimos que demostrar que la defensa de sus derechos la ejercíamos con el mismo buen hacer profesional que los abogados varones, a los que ellos inicialmente preferían para su defensa jurídica. No olvidemos que los trabajadores que acudían a los despachos laboralistas para reclamar sus derechos pertenecían a un sector con mayor conciencia política y sin embargo en este tema afloraban los prejuicios. Cuando comencé el ejercicio de la profesión, no me sentí directamente discriminada como mujer. No obstante, estamos hablando de una época en la que los jueces eran todos varones y no había muchas abogadas. Creo que en aquel momento se trataba de reivindicar y defender con profesionalidad un espacio tradicionalmente ocupado por varones. El ejercicio profesional de abogado laboralista de los años setenta difería en bastantes aspectos de lo que ocurre en la actualidad. En aquel momento, las centrales sindicales no estaban legalizadas y los despachos laboralistas fueron centros de reunión, coordinación y difusión de las luchas del movimiento obrero.
Paralelamente a la lucha del movimiento obrero se desarrolla el Movimiento Democrático de Mujeres, una organización dirigida por mujeres del Partido Comunista que luchó porque se tomaran en consideración reivindicaciones específicas de las mujeres. No podemos hablar exactamente de planteamientos feministas tal y como los entendemos actualmente.
En el año 1977, en las primeras elecciones democráticas, con los partidos legalizados, con las reivindicaciones del derecho al divorcio y el derecho al aborto se consideraba que se estaba reclamando el no a más […]. Como abogada laboralista, me siento con el compromiso de hacer alusión a lo que supuso el asesinato de los abogados laboralistas de Madrid aquella noche del 24 de enero de 1977. Su asesinato fue el detonante que tres meses después provocó que se legalizasen los sindicatos a los que servíamos, se legalizaran los partidos políticos en los que ellos y nosotros militábamos y se abrieran las puertas a las primeras elecciones democráticas, en las que participé corno candidata en las listas del Partido Comunista. En nuestro programa electoral se incluyeron derechos sobre la igualdad de la mujer, a pesar de que el derecho al aborto no estaba incluido por considerar que era una reivindicación muy avanzada para entonces. Tengo que decir que yo lo defendí en algunos mítines y me reprobaron por ello.
Tras la legalización de los sindicatos estuve trabajando durante un periodo muy breve en CCOO. Decidí ejercer como profesional liberal pero manteniendo en las nuevas circunstancias democráticas mi compromiso de servicios a los trabajadores y de seguir luchando por una sociedad más justa y equitativa.
A nivel personal, aquellos años fueron una dedicación importante al trabajo profesional, horas y horas de despacho.
…yo no me arrepiento de nada, creo que fui una de tantas que aportamos nuestro granito para conseguir una sociedad más justa. Creo que hemos conseguido grandes avances a todos los niveles, y el vivir en un Estado de derecho me parece que es muy satisfactorio y dices: «Bueno, pues yo también contribuí, dentro de mis posibilidades».
PEPA MESTRE