
Nace en 1948 en Caudete de las Fuentes, en una familia campesina que sufre severas represalias por su fidelidad a la República. Emigran a Valencia en 1954. Tras unos pocos años en la escuela pública, cumplidos los 14, entra a trabajar en una fábrica de confección, donde se manifiestan sus primeras reacciones de rebeldía. Luego, animada por su padre entra en contacto con militantes del PCE, donde ingresa tras un proceso de formación. Es elegida enlace sindical y comienza a organizar CCOO desde el principio, llegando a afiliar a casi toda la plantilla. En 1979 cierra su fábrica tras una desesperada resistencia de las trabajadoras. Se implica en la reorganización de la Federación de Alimentación con la responsabilidad de Organización y finanzas hasta su fusión con la Federación del Campo. Desde ese momento hasta su jubilación continúa en los servicios jurídicos del sindicato. Ha participado en los debates y movilizaciones del movimiento feminista, desde el MDM, las Jornadas Feministas del País Valencià de 1977 o las Jornadas Estatales de Granada de 1979. Organiza el Textil y luego la Alimentación con perspectiva feminista, en la dirección y en la acción: desde el contacto personal con las compañeras de fábrica, movilizaciones de empresa, asesoramiento laboral, y reivindicaciones en la Negociación Colectiva provincial y estatal.
Testimonio recogido y comentado por Dolores Sánchez Durá en 2004.
Pertenece María García Ruiz a una familia que vive en Valencia desde los primeros años de la década de los 50 del siglo pasado y que proviene de Caudete de las Fuentes. Sus padres tienen orígenes campesinos humildes, «eran gente muy modesta y muy pobre», «trabajadores del campo» a los cuales la guerra, la posterior represión de los vencedores y la dureza de las condiciones económicas expulsan de unas formas de vida que se ven muy alteradas por el conflicto civil. Es una familia identificada con la República que se ve hostigada con la crueldad propia de la época por los poderes fácticos del pueblo; especialmente por la Iglesia. Sus abuelos paternos eran cuidadores de una masía y María apenas tiene recuerdos fragmentarios de aquella experiencia de humillación y persecución. Escasamente se acuerda de que:
…mis abuelos, los padres de mi padre, eran cuidadores de una masía del pueblo, pero recuerdo muy poco más. Sí, a ver, me contaron que mi padre era muy jovencito y con 17 años quiso irse al frente. Mis abuelos no le dejaban y el caso es que él se escapó y lo devolvieron otra vez a su casa porque no tenía aún 18 años. Entonces, parece ser que se significaron mucho en el pueblo y lo que sucedió fue que… cuando recogían una cosecha, bien de oliva o bien de uva, entonces les hacían pagar una multa por cualquier tontería o pagar la casulla del cura. Yo nunca he sabido muy bien qué era eso, hasta que una vez me explicaron que es una cosa que se ponen [los curas]. Entonces, por cualquier tontería les hacían pagar una cosa así… porque él había querido irse a la guerra y parece que las represalias eran esas, pagar… Eran gente muy pobre, muy modesta y muy pobre, y cuando tenían un poquito de dinero, les obligaban a pagar la casulla del cura o las flores de la iglesia con cualquier excusa. Una hermana de mi padre, esto sí que nos lo contaban mis abuelos, mi tía Irene, se rió de un señor que pasaba, supongo que debía ser un tío rico del pueblo y entonces la purgaron y le cortaron el pelo al rape. Esas son las cosas que me ha contado la familia y creo que la historia de venirse a Valencia era (por] lo mal que habían vivido y eso no lo querían para nosotros…
Su padre tiene la oportunidad de trabajar en una fábrica de gaseosas de la avenida del Puerto llamada Flor de Valencia y esta circunstancia parece decidir a sus padres a venir a vivir a Valencia, a una casa de la calle Parreta en la que vivirá la familia que incluye a una hermana, Julia, de la que solo la separan 17 meses, muy estrechamente unida a María a lo largo de toda su vida, y a un hermano varón tres años menor que ella. María viene a Valencia con 6 años cumplidos, es decir, en el año 1954, para iniciar una vida de obreros en un barrio obrero en una época extraordinariamente dura. La pobreza y el trabajo agotador marcará esta primera etapa de su vida. «Nosotras muy jovencitas dejamos de ir al colegio, mi hermana a los 13 años y yo a los 14, y empezamos a trabajar, aquí en Valencia. Trabajamos en […] una fábrica de textil que se llamaba Lerival…» María describe de esta manera tan escueta y sucinta la brevedad de la etapa dedicada a los estudios realizados por las dos hermanas. Nacida en 1948, abandona los estudios antes de cumplir los 14, es decir, en el año 1962. En cualquier caso en 1964 ya está trabajando. «A la escuela no fui prácticamente nada», afirma con rotundidad. Unos pocos años, y luego abandono. Todas las circunstancias que la rodean la empujan a abandonar la escuela. Las razones que da reflejan muy bien el disgusto con su entorno y la necesidad de hacer algo para mejorarlo inmediatamente. Los estudios no tienen sentido en ese contexto, solo el trabajo:
En 1957 fue la riada, ¿no?… yo creo que empezaríamos a ir en 1954 al colegio al San Juan Bautista, que está en la avenida del Puerto, y luego fuimos a Salvador Tuset que está en Benicalap y a los 13 años dejamos de ir al colegio las dos, porque dijimos que queríamos trabajar, porque no nos gustaba lo que pasaba en mi casa. Mi padre no ganaba suficiente y mi madre siempre estaba de mal humor y entonces nosotras dijimos: «Pues no, nosotras vamos a trabajar». Y encontrarnos este sitio, Lerival, y allí como nosotras ya habíamos aprendido a coser a máquina en dos máquinas que había [en casa], entramos a trabajar en aquella fábrica de textil y ahí hicimos nuestra primera reivindicación…
Sus padres son presentados de manera muy contrastada. Su madre, con la que parece sentirse muy poco identificada, es percibida como una mujer «muy triste y muy trabajadora». Toda la descripción de su madre -el tono empleado al hablar de ella, la manera de enumerar sus tareas domésticas, los adjetivos empleados, las repeticiones, refuerza esta sensación: «Siempre la recuerdo trabajando, lavando y intentando que nosotros fuéramos muy aseaditos. […] Una persona con muy mal humor; porque […] había mucha necesidad en mi casa». La recuerda muy abnegada y pensando que no tenía derecho a nada. «Y la recuerdo triste, muy triste, una persona muy triste». Más que de ausencia de identificación, se puede decir que es una identificación negativa, una negación de toda una forma de vida que desde muy pequeña asocia con la vida y el destino de las mujeres casadas en la España de los años cincuenta. La figura de la madre está un tanto desdibujada, aunque con la madurez la imagen materna se hace más comprensible, más cercana.
Sí [mi madre era de Caudete], pero ella nunca nos ha contado historias, nunca. […] Ahora, conforme nos hemos hecho mayores -ella hace dos años que murió- sí que vas atando cabos y vas viendo el porqué de la tristeza de las personas mayores y de la época en que vivieron. Mi madre decía que ella no entendía como nos vestíamos de negro, porque ella toda su vida había ido vestida de negro sin querer, porque cuando ya se la había muerto su padre y ella iba a quitarse el luto, siendo muy jovencita, se moría un hermano y entonces volvían a ponerle mantilla, manto, ese tipo de cosas. Entonces yo supongo que era por ese tipo de vida de pueblo, que la mujer no había vivido muchas alegrías, me da a mí la sensación que no las había vivido.
Sin embargo la figura paterna se afirma y se agranda a lo largo de la entrevista. «Mi padre es el primero que nos trasmitió todas sus inquietudes». Con él arranca la entrevista y con la narración de la manifestación por la amnistía del año 1976 en Valencia. «Yo, a la primera manifestación [legal] fui con mi padre, por la amnistía… la manifestación aquella de la calle de Las Barcas; íbamos cogiditos de la mano y nos llevó mi padre a mi hermana y a mí. Mi padre era diabético, aquel día no comió nada por si acaso tenía que correr por la tarde, y así fué». El padre es percibido como un punto de apoyo para llevar una vida más libre. En definitiva, la dicotomía está clara: por un lado un padre liberal que consentía a sus hijos y en el que ella se apoya para sentirse más libre, y por otro una madre «muy temerosa, todo estaba mal, todo le parecía que era pecado… a nosotras nos agobiaba mucho». Los primeros años en Valencia, a pesar de las expectativas de una vida mejor, fueron muy difíciles. María y su hermana Julia, conscientes de las necesidades familiares, trabajaban «muchísimo». El relato de su vida en esos años parece extraído de una novela de Dickens.
Julia y yo trabajábamos muchísimo, trabajábamos en la fábrica, en Lerival. Entrábamos a las 7 de la mañana, salíamos a las 3, volvíamos a las 4, hacíamos horas extras, hasta las 7 de la tarde, y cuando volvíamos a las 7 de la tarde -me da cosa- [se emociona] pues mi madre tenía dos máquinas de coser, una que era para una de nosotras y otra para ella; entonces cada noche… Mi hermano es que era bastante más pequeño, se notaban sus tres años de diferencia conmigo, se notaban mucho. Cuando salíamos de trabajar, una hacía la cena -mi madre había hecho una banqueta porque no llegábamos a los hornillos de petróleo para dar la vuelta a las patatas-, y la otra seguía cosiendo y mi padre marcaba unos numeritos en una mesa camilla. Yo, de aquello, me acuerdo muchísimo.
La fábrica Lerival era una empresa de lencería fina de Campanar y luego en Xirivella. Hasta que las dos hermanas alcanzan la edad legal para ser dadas de alta trabajan a destajo. Incluso consiguen después de una protesta que les suban la pieza 5 céntimos. Cuando cumplen con los requisitos se incorporan al trabajo con las mayores. Había unas 110 mujeres y los encargados eran dos hombres. Todo lo que ganaban se lo daban a su madre, que era la que administraba todos los ingresos familiares. Las relaciones en el trabajo estaban marcadas por un fuerte paternalismo y reflejan muy bien la manera en que se trabajaba en las empresas medianas del textil en los años sesenta, con una mano de obra feminizada y muy joven. Las dos hermanas trabajaron 18 años en aquella empresa, desde los primeros años de la década de los sesenta hasta que la cerraron en 1979.
…la gente era muy sumisa, mucho, mucho, porque yo recuerdo que el santo de mi jefa, allí decíamos “jefa”, era la Virgen de los Dolores, entonces nosotras estábamos en una nave grande. Todas las máquinas estaban con dos personas de tres en tres y era grandísima; había una escalera que bajaba del piso donde vivía la jefa. Entonces, cuando era su santo, las encargadas le compraban un regalo y nos teníamos que poner todas de pie y aplaudirle. Bueno, pues Julia y yo nunca nos hemos puesto de pie ni hemos aplaudido: “Pero esta tía, ¿de qué va?” Yo no sé si le gustaba o no, pero con nosotras fue una de las mejores personas que ha habido, conmigo sobre todo, nos trataba con un respeto increíble. A mí hermana y a mí desde siempre y además lo decía: “Estas entraron a trabajar con unas manitas así, que casi no se las veía, y míralas qué disgustos me dan…»
María desde 1966 es enlace sindical del sindicato vertical. Asiste a la Escuela Sindical y convoca reuniones en su fábrica para informar a sus compañeras. De alguna manera, empieza a convertirse en una persona con preocupaciones y conciencia laboral y política. En su relato aparecen continuas alusiones a un amigo de su padre, Felix Cañero, un taxista de afiliación comunista, que le abre nuevas perspectivas. Recuerda a su padre siempre con un libro en las manos y oyendo la ‘Pirenaica’, y lecturas de libros como el Politzer o El Manifiesto Comunista. Es curioso como, aunque los estudios no parecen haber tenido relevancia alguna en su formación, sin embargo las lecturas y las nuevas inquietudes provocan cambios muy significativos en su vida. María, a pesar de que en su casa no recibe una formación religiosa, había frecuentado a los 12 o trece años la compañía de unas monjitas que estaban debajo de su casa, y había experimentado “un sentimiento religioso muy fuerte”. Pero sus creencias van cediendo paso a una nueva concepción de la vida más cercana al materialismo.
¿Descubrir otras cosas? Bueno pues yo cuando leí el Politzer, por ejemplo, cuando empecé a leer otras cosas que no tenían nada que ver con la religión, cuando a mí me explicaban qué era la materia, qué era esto, qué era lo otro, claro, Pues yo decía: “Esto a mí no me cuadra…»
Las visitas al Vertical le sirven para entrar en contacto con los enlaces sindicales que ya estaban organizados en CCOO y de auténtica escuela sindical. Recuerda a los representantes de los sectores más fuertes, del metal, de la construcción, como gente con experiencia capaz de preparar grandes movilizaciones. También recuerda que su lenguaje era muy distinto del que se empleaba en su fábrica.
Yo no se ahora mismo si estaba ‘Picaña’ (Rafael Soler, de Unión Naval de Levante] o estaban otros, pero era gente del movimiento obrero muy significada que yo empecé a conocer allí. Era gente que tenía muchísima experiencia en sus fábricas y contaban cómo habían conseguido tener unas taquillas o cómo habían conseguido tener un comedor.
Se presenta de nuevo a las elecciones sindicales de 1971, pero para entonces su formación y su compromiso político han avanzado mucho. En esa fecha ingresa también en el PCE. Las nuevas amistades amplían sus horizontes vitales y hacen que sus actitudes personales frente a las relaciones sentimentales, la sexualidad, la vida cotidiana experimenten un gran cambio en un sentido más abierto y moderno. Su vinculación política supone para ella una palanca para la formación, la promoción y la conquista de una vida totalmente distinta a la de sus compañeras de fábrica, solo preocupadas, para desesperación de María y de su hermana, en casarse, percibir la dote de la empresa y abandonar el trabajo.
Yo tuve la suerte de, cuando Julia tuvo novio antes que yo, entonces ella se centró en su pareja y yo busqué otra gente. Entonces busqué, tuve muchos amigos que estaban en estaban en la célula del PCE, que eran de la Universidad. Entonces claro, yo allí aprendí bastante de las relaciones sexuales y muchos “tabús” que yo creía que eran pecados y cosas así, desaparecen y empiezas a ser otra persona. Sí, empiezas a ser otra persona porque no hay que tener miedo a acostarte con un chico, tu puedes proponer y mandar y decir igual que él. Entonces empiezas de verdad a tener una conciencia, una conciencia distinta. No quiero decirte que solo por la sexualidad, sino que yo creo que ya la teníamos nosotras antes, yo creo que la tenía antes, pero eso sí que te afianza a decir: «Yo también puedo». ¿Cómo diría yo? Enamorarme sin que se me haga daño o hacer determinadas cosas y no pasar nada…
Su experiencia sindical durante la dictadura y hasta que Lerival hace expediente de crisis en 1979 se centra en su empresa y en el textil, donde había mujeres muy jóvenes en fábricas como la suya, Doneta, Aracil, Sadín, Feycu, Norín, etc. Es un sector que, a pesar de que las condiciones para movilizarlo no son las mejores, se va incorporando poco a poco a la oleada de conflictos y huelgas de principios de los setenta.
-Sí, sí, claro que se hacía [sindicalismo]. Yo me acuerdo mucho cómo lo hacía, además. Yo me subía a una escalera porque, como era “pequeñica”, pues [ríe] me subía en una escalera que me ponían mis compañeras. Entonces yo, cuando volvía de las reuniones del sindicato vertical, les contaba qué me habían dicho, y que había un señor que había dicho no sé qué cosa, y que parece que había una gente que iba a parar media hora, que fue en el… [piensa antes de decirlo] 71 o 72 cuando pararnos media hora. [Piensa] En el 71, paramos media hora, mucha gente del movimiento obrero; entonces yo les contaba que había ido una gente allí [al sindicato vertical], que fíjate lo que pasaba, que en otras fábricas habían despedido a no sé quién… bueno, pues les contaba lo que oía en las reuniones y en los mundillos sindicales. Entonces me subía a la escalera y les contaba […]
-¿Eso durante la Dictadura?
-Sí, sí, ya lo creo y, además, yo recuerdo estar subida en una escalera y venir el encargado y dar cuatro palmas y todas las chavalas calladas mirándome a mi, a ver qué hacía yo. «¿Que pasa? -dice [el encargado]. ¡Ah! ¿es usted la que está subida en la escalera?» Y digo: «Si, yo soy, claro, es que les estoy diciendo lo que ha ocurrido en el sindicato, en la reunión». «¡Ah! pues si es usted no pasa nada, porque es que hay veces que en las fábricas entran los comunistas y hablan a la gente». Y todas empezaron a reírse porque yo ya estaba en el PCE.
–¿Y ellas, tus compañeras, lo sabían?
-Algunas lo sabían, sí, algunas lo sabían. Y ellos también lo sabían, porque ellos me decían que cómo era posible que yo no llegara tarde si me acostaba tan tarde y claro, me iba a pegar carteles o me iba a cualquier reunión. Entonces yo lo que procuraba era no llegar tarde nunca a la fábrica y ellos me decían que por qué no llegaba tarde si me acostaba tan tarde, y no veas qué mosqueo tenía yo.
Tanto Julia como ella son, además, obreras ejemplares en cuanto al cumplimiento de sus obligaciones. Su sistema de valores es muy coherente con una ética del trabajo y de la responsabilidad anclada con fuerza en las tradiciones del movimiento comunista, una vez más transmitidas por su padre.
[…] Julia y yo en el trabajo, siempre hemos sido modelo para las demás. De no llegar tarde, de cumplir con nuestro trabajo las mejores, siempre. Pero eso era también una cosa que nos había metido mi padre: que los comunistas, que las personas que querían cambiar la sociedad, tenían que ser las que daban ejemplo. Que las nueve eran las nueve y no las nueve y cinco. Esas cosas eran las que nos enseñaba él.
En 1979, la empresa Lerival hace un expediente de cierre y traslada sus locales desde Xirivella a Montcada; es decir, reabre sus puertas con otro nombre en Montcada. Dejará 130 mujeres en la calle. En el transcurso del tiempo, María y su hermana se han afiliado a CCOO y han ido afiliando a casi la totalidad de la plantilla. El expediente de cierre no se hace sin conflicto. María recuerda con emoción la actitud de lucha de sus compañeras cuando la fábrica cerró por mala gestión, por falta de inversión y porque «de tanto paternalismo se pasaron».
Hasta que cerró. Bueno, la mayoría de las mujeres aquellas fueron increíbles, llegaron incluso a hacer cosas que… Porque yo me fui a Madrid, con CCOO de textil estatal, a ver como podíamos sacar una subvención para nosotras, montar una cooperativa, unos proyectos increíbles. Allá que me fui yo a Madrid y cuando volví estaba esperándome la Guardia Civil y mis jefes diciéndome que no había derecho que yo me fuera y hubieran apedreado la empresa, hubieran hecho pintadas y hubieran tirado naranjas a las chavalas nuevas. Y yo no sabía nada de eso. La otra parte del comité lo había hecho por la noche. Se habían ido todas las chavalas y habían dejado la fábrica… habían montado un Cristo y fueron ellas.
El cierre de la empresa supone para María un cambio de vida. Confiesa que estaba cansada de pelear y también de las disputas continuas con las compañeras de sindicato. Se refiere concretamente a las diferencias de planteamientos sindicales y políticos que existían entre las mujeres del PCE y las del MCE. En este caso, la presencia de Cristina Piris, líder muy destacada de esta tendencia, hacía que las cosas fueran más complicadas. Ello le anima a cambiar de actividad y, tras un corto paréntesis, reemprender su trabajo como sindicalista, pero esta vez como Secretaria de Organización y Finanzas de la Federación Agroalimentaria de CCOO PV, responsabilidad en la que permanecerá hasta el año 2000. En su relato se pueden escuchar acentos de un cierto desencanto y desorientación; una etapa se cierra, la de la clandestinidad, y otra se abre, la de la construcción y consolidación del sindicato en democracia.
Sí, [desarrollas] una gran lucha ideológica, y al final te cansas. Yo llegué a cansarme. Pero claro, duró poco, porque estuve unos meses trabajando en un ayuntamiento como cargo de confianza del PCE. No me gustaba nada aquello y lo dejé. Y luego fue cuando entré a trabajar en Alimentación. […] Mari Luz Marco, era una economista de Comisiones, una mujer implicada, junto a otras, que estaba también en la ejecutiva Confederal de Comisiones, y no se le olvidaba su condición de mujer y la reivindicaba cuando la tenía que reivindicar, en el momento que tocaba. Bueno, pues esta mujer me dijo que no era posible que yo me quedara en casa, que había una federación que estaba muy mal, que os habíais salido todas [se dirige a una de las entrevistadoras], que no quedaba nadie, que habían llevado allí una… dos personas, pero que eran un «destarifo» […] Entonces me dijo: «Anda, vete y les ayudas un poquito». Y allí me fui yo, pero yo le dije que no quería ningún cargo. Que yo iba, les ayudaba y ya está. Y entonces empecé a ayudarles. Pero claro, como era tan poca gente la que estaba trabajando, pues al final me quedé con el [cargo], con [la Secretaría de] Organización y Finanzas.
Durante la Transición, a finales de los años setenta y primeros ochenta, María había dedicado una gran cantidad de energía a la militancia que, en su caso, como era recuente en la época, era múltiple. No solo en la empresa y el textil, en CCOO, sino también en el PCPV y en las asociaciones de vecinos. En el Partido Comunista llega estar en el Comité Local de Valencia. Y a todo ello hay que sumar su presencia e identificación con el movimiento feminista.
De su reflexión sobre las primeras elecciones democráticas también se desprende una sensación de sorpresa y de cierta injusticia enunciada desde la ironía y con un sentido del humor que apenas esconde su desencanto por los resultados obtenidos por el PCPV.
Yo nunca pensé que nos habíamos equivocado, porque habíamos trabajado y habíamos hecho mucho más. […] Sigo pensando que no fue justo el resultado de las elecciones.
-¿Y por qué crees salió así?
-No lo sé, yo es que no me lo puedo explicar [riendo]. Después salió el Partido Socialista [PSOE], como después salió la UGT, es que no me lo puedo explicar. Porque es que yo no conocía a nadie. Eramos las personas que siempre estábamos en la calle. No te perdías una asociación de vecinos, no te perdías una manifestación. Estabas siempre en la calle y tú siempre veías a la misma gente. Entonces claro, cuando a ti te dicen que hay un Partido Socialista y, por ejemplo, el primero que viene del Partido Socialista a una reunión de mujeres, sobre el aborto, cuando el tema era Pere Enguix [fuera un hombre], entonces te quedas transpuesta. Que no es que yo lo cuestione.
María se refiere en este episodio al famoso caso del ginecólogo Pere Enguix, que fue juzgado y condenado a pena de cárcel por practicar abortos en su clínica. Para evitar su encarcelamiento, entre finales del setenta y principios de los ochenta, una coordinadora feminista convocó importantes movilizaciones que acabaron impidiendo la entrada en prisión del Dr. Enguix y obteniendo el indulto. El PSOE envió a aquella coordinadora de mujeres de marcado contenido feminista a un hombre, a Josep Mª Felip.
…Entonces estaba Pilar Soler con nosotras. Éramos un montón de gente que dijimos: «De esto nada». Entonces nos reuníamos las organizaciones que había: el movimiento feminista, la Secretaría de la Mujer del PCE, del MC, la de CCOO, la de aquí, la de allá y claro, venía también el Partido Socialista y vino un hombre, porque no tenían muchas mujeres. Y si las tenían, no sabíamos dónde estaban. Eso te lo puedo asegurar, porque fue así. Entonces te sorprendes y dices ¿qué pensabas cuando las elecciones del PCE? Pues que no lo entiendo, que no pude entenderlo nunca, ni lo entiendo ahora. Porque si alguien había hecho cosas y si alguien había trabajado, había sido la gente del PCE. Mucha no tenía carnet del PCE, pero si una admiración increíble. Entonces claro, no te esperas un resultado así. Fue [suspira] un batacazo. Puedes imaginarte que para mucha gente, fue muy… muy fuerte.
María, no obstante, tiene un sentimiento contradictorio, de decepción, en cuanto a las relaciones del sindicato con las mujeres y sus reivindicaciones. Por una parte, manifiesta una cierta decepción acerca de la capacidad del sindicato para integrar a las mujeres militantes: parece que siempre «hay cosas más importantes que hacer que el tema de la mujer. Es una cosa que se tiene que decir, pero ya está. No, no, hace muchos años que creo que no es serio». Además, a la hora de valorar la creación de la Secretaría de la Mujer en 1978 dice:
[…] era algo que nosotras habíamos reivindicado siempre, la creación de la Secretaría de la Mujer dentro de CCOO, ya lo creo. Había un movimiento bastante fuerte de mujeres reivindicando la Secretaria… porque había gente muy machista dentro del Sindicato, incluso con cargos, que no se escondían para nada y que eran grandes dirigentes y eran machistas pero llevados a cotas muy altas. Entonces… empezaron a cambiar cosas.
[…] no es que me haya llegado a decepcionar con el tema de la mujer. Con el resto, con el Sindicato lo tengo claro, es mi Sindicato y las cosas que no me gustan pues cuando puedo las cambio y cuando no, pues me aguanto, ¿no? Y es el sindicato que yo he elegido y en el que quiero estar. Pero con el tema de las mujeres pienso que les da igual. Ha llegado un momento que creo que al Sindicato le dan igual las mujeres. Lo estoy viendo y no me lo creo.
Sin embargo, María es contradictoria en este tema. Porque más adelante, al hablar de la incorporación de reivindicaciones de mujeres en las negociaciones colectivas y de la influencia que tuvo la creación de la Secretaría de la Mujer en los diferentes niveles organizativos -confederal, federal y de federación y territorio- hace un balance positivo de la manera de trabajar y de hacer asumir a las delegadas las reivindicaciones concretas. Además, piensa que estos métodos de trabajo tuvieron una influencia positiva en la afiliación de un número creciente de mujeres en sectores como el textil. Bien es cierto que su desencanto se produce al considerar que este proceso de feminización del sindicato es un hecho no integrado ni asumido del todo por los núcleos de poder del mismo, que habrían permanecido bastante anclados en sus orígenes «machistas».
La Federación de Alimentación es todavía muy débil cuando María entra. Apenas cuenta con 800 militantes y 275.000 de las antiguas pesetas como presupuesto. A finales de los ochenta, hay 4.000 afiliados y el presupuesto ronda los setenta millones de pesetas. Es un sector muy feminizado, sin grandes empresas y al que la crisis llegó más tarde que a los demás sectores industriales, en el año 1987 o 88, con crisis en Óscar Mayer, Lácteos Cervera, Yoplait o Tabacalera.
[…] Es un sector difícil y disperso […], que requiere mucho trabajo por el tipo de sector que es. Porque no es un sector que dé trabajo todo el año. En algunos casos son fijos discontinuos, luego la misma gente que va este año no vuelve al siguiente. Entonces tampoco es la gente que tú puedes ir educando para trabajo [sindical], porque siempre te encuentras con un personal muy disperso, y más ahora que hay tanto emigrante.
Sobre la evolución de la militancia política y sindical a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa sus opiniones parecen bien reflexionadas y poco improvisadas. Primero, llama la atención sobre la fuerte impronta del “aparato” del partido, con el que se discutía todo, aunque, poco a poco, se impuso la necesidad de tomar decisiones autónomamente, fuera del círculo estrecho del “aparato”.
Sí, fue cambiando y algunos no queríamos, porque parecía que siempre se tenía que proteger [al partido] o tenías que hablarlo con lo que entonces se llamaba «e! aparato». A mí me gustaba estar con el Partido, pero llega un momento en que eso no se puede hacer ya, tienes que ser autónomo y tienes que tomar las decisiones en el sitio donde estás, nadie te las puede imponer, sino transmitir. Hubo problemas en muchos casos de adaptación de dirigentes y con la propia dirección. Pero luego ves que la sociedad no te va permitiendo esas cosas. Porque claro, tú tampoco puedes ser la correa de transmisión siempre… […] el PCE deja de tener la fuerza que tenía entre sus militantes y en el movimiento obrero, y todo eso desaparece. Desde que Antonio Gutiérrez es Secretario General de CCOO yo creo que eso cambia, cambia mucho a todos los niveles. Yo creo [se interrumpe] que a [Joan] Sifre no se le ocurriría ir a una reunión [del PCE] a que le dijeran qué tiene que hacer, imposible, pero en aquella época era lo que había…
Para terminar, María está casada y tiene un hijo en la universidad. Su compañero comparte las tareas domésticas y, efectivamente, su vida parece un espejo en el que se reflejan los grandes cambios que esta sociedad nuestra ha experimentado en un espacio de tiempo relativamente corto.
DOLORES SÁNCHEZ DURÁ (2004)